Tango - Sobrio - Elegante - Lavalle y Florida
Monday, January 13, 2020
Hotel Claridge - Buenos Aires - 2019 |
Mis primeros contactos con la Calle Florida en Buenos Aires sucedieron en 1950 cuando tenía 8 años. Mi mamá me llevó a la Lincoln Library (en la primera o segunda cuadra de Florida cerca de la Plaza San Martín). Fue allí donde saqué mi primer libro con la novedad que me lo podía llevar a casa. Me acuerdo que afuera de la biblioteca (íntimamente relacionada con la United States Information Service, un frente amable de la CIA) en una pared decía, “Yanquis, ¡fuera!”
Ese primer
libro, uno con fotografías de la guerra civil estadounidense, quizá me preparó
para que en muchos años después me dedicara a la fotografía.
Mi papá me
llevaba en el tren desde nuestro barrio en Coghlan a Retiro y de allí tomábamos
el subte para bajarnos en la estacíon de Lavalle para irnos a ver una película
de conboys. A veces volvíamos por
Lavalle y en la esquina de Florida caminábamos al Richmond para comer unas
medias lunas.
En 1966 me
enamoré de Susana en un concierto de Astor Piazzolla en Florida donde
antiguamente había un teatro llamado Teatro Florida. Piazzolla estaba tocando
La Milonga del Ángel cuando Susana se sentó a mi lado.
Ahora tengo
memorias más modernas de esta linda calle. Son memorias que comparto con mi
Rosemary. Cuando vamos a Buenos Aires nos quedamos a media cuadra de Florida en el Hotel Claridge en la calle Tucumán.
En nuestras
caminatas ha sido imposible no darnos cuenta del grupo de tango en la esquina
de Lavalle y Florida, encabezado por José Carlos Romero Vedía y Guillermina Van
Der Linden.
Tango en carmesí
Tango y melancolía
Tango - Experiencia
Tango - Nostalgia
Voleos
Diós apenas toca el arpa
Mariela Franganillo
Tango en carmesí
Tango y melancolía
Tango - Experiencia
Tango - Nostalgia
Voleos
Diós apenas toca el arpa
Mariela Franganillo
Es difícil
opinar que es el tango argentino auténtico. Fue en 1997 cuando aquí en
Vancouver un cordobés, Carlos Loyola me dijo, “Voy a enseñarte a bailar el tango como lo hacía tu papá.”
Loyola
falló en su promesa. Pero me quité la espina de no poder bailarlo. Mi mamá me
decía que en los años 40 ella y mi papá iban a Leandro N. Alem a bailar, y la
gente en los clubes paraba para verlos.
Llegué a
bailar eficientemente al punto que mi prima hermana/madrina Inecita O’Reilly
Kuker (con su hija Marinés) me llevó a un club de banco en San Isidro a bailar con su amiga setentona
Dolly con la intención de reírse de mí. No lo hizo. En la pista muy llena, era
imposible hacer firuletes. Bailé toda la noche desapercibido. Esto hace unos 10
años fue la última vez. Ahora me dedico a escuchar el tango y ver lo que para
mí es el tango auténtico.
Es un tango
sobrio bailado con calma, con pocos firuletes donde la elegancia compite con el
hecho de que este baile tan argentino (aunque lo hayan inventado los
orientales) tiene una picardía y calor sexual.
Es un
tango, donde yo como el hombre que aún soy con mis 77 años, puedo notar, fijarme en un cuerpo de mujer hermosa, y como
ese cuerpo está pegado al del hombre (no tan importante que no sea apuesto) y
los dos son una unidad inseparable en esos momentos del baile.
El tango
tiene que ser el último refugio del hombre en este siglo. El otro podría ser la
pesca con mosca. El que aprende a bailar el tango (aunque mal como yo) sabe que
la mujer tiene que estar en una constante inestabilidad. Tiene que anticipar
(no del todo) lo que el hombre le va a señalar con ese leve toque de los dedos
de la mano en la espalda. Pero si se anticipa ántes del hombre,
se puede caer.
El hombre manda.
En el
Buenos Aires de este siglo el tango es una industria no menor al de los lugares
para comer bifes o comprar bolsos de piel. Los tango shows atraen a los
turistas que pagan muchos pesos para ver bailarines que demuestran todo tipo de
adornos.
Mi mamá en los 50s escribió esta poesía sobre su Buenos Aires desde Nueva Rosita,Coahuila, México. Es de un Buenos Aires de su pasado y del mío también. Escribe de los colores sobrios de la vestimenta de los porteños en los colectivos.
Para mí ese Buenos Aires aún existe. Y el tango, sobrio, elegante, erótico que no es un show de extravagancia existe con toda excelencia en esa Calle Florida de mi pasado que no ha cambiado en la esquina con Lavalle. Es allí donde baila Guillermina Van Der Linden y José Carlos Romero Vedía y Compañía.
Homenaje a Carlos Gavito |
Carlos Gavito, 2006, Vancouver, Fotografía Alex Waterhouse-Hayward |