Leaning Towards Irrelevancy
Saturday, February 11, 2017
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Essay by Richard Thompson Ford |
For some 18 years now, my Rosemary and I have enjoyed a
daily breakfast in bed. We have a nice wicker tray we purchased at Eaton’s. Our
breakfast fare is different but now 18 years later we have a couple of little
dishes with our countless pills that reflect that we are old.
But the pleasure of reading our newspapers is the high point
of the day. We have subscriptions to the NY Times and the Vancouver Sun. The
protocol is that she starts with the NY Times while I immediately go to Rex
Morgan in my Vancouver Sun.
Saturday is the day with the thinnest NY Times and the
thickest Vancouver Sun. The NY Times compensates with the fact that we get the
heavy Sunday edition on Saturday night. The usual conundrum, “Do we start it on
Saturday night (in bed) or leave it to Sunday?”
Today it became patently obvious that our Vancouver Sun
is steadily moving in the direction of irrelevancy. At 9AM there was no paper
on the doorstep. Rosemary and I shared the thin NY Times. She started the first
section with the scrumptious editorials, and me with the business and arts
sections.
By the time I got to the editorial I found this fabulously
illustrated essay on the Trump tie. Strangely the on-line version does not
reproduce it and opts for a photograph of Trump with his trademark long red
tie. The essay itself is a sartorial delight.
As my life fades into the irrelevancy of old age, I wonder
who is going to go first? Will it be me
or my Vancouver Sun?
El Reloj de Arena - The Hour Glass - Jorge Luís Borges
Thursday, February 09, 2017
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Rosemary Elizabeth Waterhouse-Hayward - 1968 |
One day after our 49th wedding anniversary - Un día después de nuestro aniversario de bodas
The Hourglass, by Jorge Luis Borges (la poesía de Borges en castellano a continuación)
It is appropriate that time be measured
by the stark shadow cast by a stake in summer
or by the flow of water in the river
where Heraclitus saw time’s ironies
since, seen as time and fate, they are alike:
the movement of the mindless daytime shadow
and the irrevocable running on
of river water following its flow.
Just so, but time discovered in the deserts
another substance, smooth and of some weight,
that seemed to have been specifically imagined
for measuring out the ages of the dead.
And so appears this instrument of legend
in the engravings in the dictionary,
an object graying antiquarians
will banish to a dusty underworld
of things— a single chessman, a broadsword,
now lifeless, and a clouded telescope,
sandalwood worn away by opium,
a world of dust, of chance, of nothingness.
Who has not hesitated, seeing that hourglass,
severe and sombre, in the god’s right hand,
accompanying the scythe he also handles,
the image Dürer copied in his drawing?
Through a top opening, the inverted cone
slowly lets fall the wary grains of sand,
a gradual gold that, loosening, fills up
the concave crystal of its universe.
Pleasure there is in watching how the sand
slowly slithers up and makes a slope
then, just about to fall, piles up again
with an insistence that appears quite human.
The sand of every cycle is the same
and infinite is the history of sand;
so, underlying your fortunes and your sorrows,
yawns an invulnerable eternity.
It never stops, the spilling of the sand.
I am the one who weakens, not the glass.
The rite of the falling sand is infinite
and, with the sand, our lives are leaving us.
In the timing of the sand, I seem to feel
a cosmic time: all the long history
that memory keeps sealed up in its mirrors
or that has been dissolved by magic Lethe.
All these: the pillar of smoke, the pillar of fire,
Carthage, Rome, and their constricting wars,
Simon Magus, the seven feet of earth
the Saxon offers the Norwegian King—
all are obliterated, all brought down
by the tireless trickle of the endless sand.
I do not have to save myself— I too
am a whim of time, that shifty element.
Está
bien que se mida con la dura
Sombra
que una columna en el estío
Arroja o
con el agua de aquel río
En que
Heráclito vio nuestra locura
El
tiempo, ya que al tiempo y al destino
Se
parecen los dos: la imponderable
Sombra
diurna y el curso irrevocable
Del agua
que prosigue su camino.
Está
bien, pero el tiempo en los desiertos
Otra
substancia halló, suave y pesada,
Que
parece haber sido imaginada
Para
medir el tiempo de los muertos.
Surge
así el alegórico instrumento
De los
grabados de los diccionarios,
La pieza
que los grises anticuarios
Relegarán
al mundo ceniciento
Del
alfil desparejo, de la espada
Inerme,
del borroso telescopio,
Del
sándalo mordido por el opio
Del
polvo, del azar y de la nada.
¿Quién
no se ha demorado ante el severo
Y
tétrico instrumento que acompaña
En la
diestra del dios a la guadaña
Y cuyas
líneas repitió Durero?
Por el
ápice abierto el cono inverso
Deja
caer la cautelosa arena,
Oro
gradual que se desprende y llena
El
cóncavo cristal de su universo.
Hay un
agrado en observar la arcana
Arena
que resbala y que declina
Y, a
punto de caer, se arremolina
Con una
prisa que es del todo humana.
La arena
de los ciclos es la misma
E
infinita es la historia de la arena;
Así,
bajo tus dichas o tu pena,
La
invulnerable eternidad se abisma.
No se
detiene nunca la caída
Yo me
desangro, no el cristal. El rito
De
decantar la arena es infinito
Y con la
arena se nos va la vida.
En los
minutos de la arena creo
Sentir
el tiempo cósmico: la historia
Que
encierra en sus espejos la memoria
O que ha
disuelto el mágico Leteo.
El pilar
de humo y el pilar de fuego,
Cartago
y Roma y su apretada guerra,
Simón
Mago, los siete pies de tierra
Que el
rey sajón ofrece al rey noruego,
Todo lo
arrastra y pierde este incansable
Hilo sutil
de arena numerosa.
No he de
salvarme yo, fortuita cosa
De
tiempo, que es materia deleznable.
el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa
Tuesday, February 07, 2017
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el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa |
La
Inmiscusión Terrupta De Julio Cortázar
La
inmiscusión terrupta es un pequeño cuento extraído del libro "Último
Round",1969 de Julio Cortázar. Éste es un texto muy peculiar ya que casi todas
las palabras son inventadas, es difícil de entender pero vale la pena leerlo.
Como no le melga nada que la contradigan, la
señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo
mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno
tripolio que se lo ladea hasta el copo.
– ¡Asquerosa! – brama la señora Fifa, tratando
de sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa. Revoleando
una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivorearle
un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el
raire con sus abrocojantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo
sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a
la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora
Fifa contrae una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas
que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgandose de ida y de
vuelta cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre
las gladiofantas.
– ¡Payahás, payahás! – crona el elegantiorum,
sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar cuando
ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias,
mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas que para qué.
– ¿Te das cuenta? – sinterrunge la señora Fifa.
– ¡El muy cornaputo! – vociflama la Tota.
Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como
si no se hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena
tetamancia; son así las tofitas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque
te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas.
Julio Cortázar lee su Inmiscusión Terrupta