Louis-Pierre Bergeron
Saturday, May 05, 2018
My friend ballerina and now Ballet Mistress at Ballet BC,
Sandrine Cassini is from Niece. On her way here, a few weeks ago to start her
job here, she stopped by her hometown to gather her things. In her parent’s attic,
in an old trunk, she found this photograph. She brought it for me as a gift.
I
have identified it as an albumen print. These were circa 1850 to 1880s. They
were shot on big cameras with a glass negative and the negative was then
pressed on paper that had light sensitive materials held together by egg white.
Cassini was able to give me some information about the
subject of the photograph. He was a musician who was related to her mother’s
side of the family, the Bergerons.The young man in question was named Louis-Pierre and he played the horn at the Paris Opera in the 1860s. Cassini told me that Bergeron quit and emigrated to Canada.
What is most interesting is that the back of the print has
this penciled information.
1815 -Jean Hilaire Asté
I thought this was the name of the photographer but the date was wrong. I looked up the name and it seems that Asté was a natural horn maker based in Paris.
With the print Cassini also brought me a sheet of old music
by composer Anton Reicha (Rejcha) (26 February 1770 – 28 May 1836) who was a
Czech-born, later naturalized French composer. The sheet music is one of his six
Wind Quintets the one in B-flat major),
Op. 100 (Paris, 1820).
Umbilicus Botanicus
Friday, May 04, 2018
This is not the first time that I have dedicated a blog to
the navel. I did that
here.
Today I thought of the fact that the combination of my interest
in gardening and the photography of undraped female figures has led me to attempt to combine both of them
into photographs. In most cases I have failed. But I believe I was successful
with my hostas a couple of times and with a woman’s chest using some flowers of
my interest.
Much has been written about the question,”Did Adam and Eve
have navels?”
One very curious and interesting one is by Jorge Luis Borges
(alas only in Spanish!):
Jorge Luis
Borges - La creación y P. H. Gosse
“The man without a Navel yet lives in me” (El
hombre sin ombligo perdura en mí), curiosamente escribe sir Thomas Browne
(Religio medid, 1642) para significar que fue concebido en pecado, por
descender de Adán. En el primer capítulo del Ulises, Joyce evoca asimismo el
vientre inmaculado y tirante de la mujer sin madre: “Heva, naked Eve. She had no
navel”. El tema (ya lo sé) corre el albur de parecer grotesco y baladí, pero el
zoólogo Philip Henry Gosse lo ha vinculado al problema central de la
metafísica: el problema del tiempo. Esa vinculación es de 1857; ochenta años de
olvido equivalen tal vez a la novedad.
Dos lugares de la Escritura (Romanos, 5; 1
Corintios, 15) contraponen el primer hombre Adán en el que mueren todos los
hombres, al postrer Adán, que es Jesús.[1] Esa contraposición, para no ser una
mera blasfemia, presupone cierta enigmática paridad, que se traduce en mitos y
en simetría. La Áurea leyenda dice que la madera de la Cruz procede de aquel
Árbol prohibido que está en el Paraíso; los teólogos, que Adán fue creado por
el Padre y el Hijo a la precisa edad en que murió el Hijo: a los treinta y tres
años. Esta insensata precisión tiene que haber influido en la cosmogonía de
Gosse.
Éste la
divulgó en el libro Omphalos (Londres, 1857), cuyo subtítulo es Tentativa de
desatar el nudo geológico. En vano he interrogado las bibliotecas en busca de
ese libro; para redactar esta nota, me serviré de los resúmenes de Edmund Gosse
(Father and Son, 1907), y de H. G. Wells (All Aboard for Ararat, 1940).
Introduce ilustraciones que no figuran en esas breves páginas, pero que juzgo
compatibles con el pensamiento de Gosse.
En aquel
capítulo de su Lógica que trata de la ley de causalidad, John Stuart Mill
razona que el estado del universo en cualquier instante es una consecuencia de
su estado en el instante previo y que a una inteligencia infinita le bastaría
el conocimiento perfecto de un solo instante para saber la historia del
universo, pasada y venidera. (También razona —¡oh Louis Auguste Blanqui, oh
Nietzsche, oh Pitágoras!— que la repetición de cualquier estado comportaría la
repetición de todos los otros y haría de la historia universal una serie
cíclica.) En esa moderada versión de cierta fantasía de Laplace —éste había
imaginado que el estado presente del universo es, en teoría, reductible a una
fórmula, de la que Alguien podría deducir todo el porvenir y todo el pasado—.
Mill no excluye la posibilidad de una futura intervención exterior que rompa la
serie. Afirma que el estado q fatalmente producirá el estado r; el estado r, el
s; el estado s, el t; pero admite que antes de t, una catástrofe divina —la
consummatio mundi, digamos— puede haber aniquilado el planeta. El porvenir es
inevitable, preciso, pero puede no acontecer. Dios acecha en los intervalos.
En 1857,
una discordia preocupaba a los hombres. El Génesis atribuía seis días —seis
días hebreos inequívocos, de ocaso a ocaso— a la creación divina del mundo; los
paleontólogos impiadosamente exigían enormes acumulaciones de tiempo. En vano
repetía De Quincey que la Escritura tiene la obligación de no instruir a los
hombres en ciencia alguna, ya que las ciencias constituyen un vasto mecanismo
para desarrollar y ejercitar el intelecto humano… ¿Cómo reconciliar a Dios con
los fósiles, a sir Charles Lyell con Moisés? Gosse, fortalecido por la
plegaria, propuso una respuesta asombrosa.
Mill
imagina un tiempo causal, infinito, que puede ser interrumpido por un acto
futuro de Dios; Gosse, un tiempo rigurosamente causal, infinito, que ha sido
interrumpido por un acto pretérito: la Creación. El estado n producirá
fatalmente el estado v, pero antes de v puede ocurrir el Juicio Universal; el
estado n presupone el estado c, pero c no ha ocurrido, porque el mundo fue
creado en f o en b. El primer instante del tiempo coincide con el instante de
la Creación, como dicta san Agustín, pero ese primer instante comporta no sólo
un infinito porvenir sino un infinito pasado. Un pasado hipotético, claro está,
pero minucioso y fatal. Surge Adán y sus dientes y su esqueleto cuentan treinta
y tres años; surge Adán (escribe Edmund Gosse) y ostenta un ombligo, aunque
ningún cordón umbilical lo ha atado a una madre. El principio de razón exige
que no haya un solo efecto sin causa; esas causas requieren otras causas, que
regresivamente se multiplican[2]; de todas hay vestigios concretos, pero sólo
han existido realmente las que son posteriores a la Creación. Perduran
esqueletos de gliptodonte en la cañada de Lujan, pero no hubo jamás
gliptodontes. Tal es la tesis ingeniosa (y ante todo increíble) que Philip
Henry Gosse propuso a la religión y a la ciencia.
Ambas la
rechazaron. Los periodistas la redujeron a la doctrina de que Dios había
escondido fósiles bajo tierra para probar la fe de los geólogos; Charles
Kingsley desmintió que el Señor hubiera grabado en las rocas “una superflua y
vasta mentira”. En vano expuso Gosse la base metafísica de la tesis: lo
inconcebible de un instante de tiempo sin otro instante precedente y otro
ulterior, y así hasta lo infinito. No sé si conoció la antigua sentencia que
figura en las páginas iniciales de la antología talmúdica de Rafael Cansinos
Assens: “No era sino la primera noche, pero una serie de siglos la había ya
precedido”.
Dos
virtudes quiero reivindicar para la olvidada tesis de Gosse. La primera: su
elegancia un poco monstruosa. La segunda: su involuntaria reducción al absurdo
de una creatio ex nihilo, su demostración indirecta de que el universo es
eterno, como pensaron el Vedanta y Heráclito, Spinoza y los atomistas… Bertrand
Russell la ha actualizado. En el capítulo IX del libro The Analysis of Mind
(Londres, 1921) supone que el planeta ha sido creado hace pocos minutos,
provisto de una humanidad que “recuerda” un pasado ilusorio.
Laurén - A Present Apparition of the Past
Thursday, May 03, 2018
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Laurén - May 1 2018 |
In a recent trip to Mérida with my wife Rosemary we enjoyed
what may be one of the safest cities in Mexico and anywhere else. The
narcotraficantes seem to have no interest in that capital of the State of
Yucatán.
The food, the heat (intense) put me into a tremendous
longing for the years I lived in Mexico City in my youth and with my bride
Rosemary from 1968 until 1975.
It was some years ago that I discovered (I am slow) that to
have nostalgia for a place you have not not be in the place you have nostalgia for.
So in the early 2000s Argentine artists Nora Patrich, Juan Manuel Sánchez had a
show about our nostalgia for Argentina and Buenos Aires.
I was surprised at my nostalgia for a place that I was in
(Mérida) until I figured out that my nostalgia was for a past that I had almost
repressed.
It all burst when I saw a book
Nahui Olin by Adriana Malvido
at the Mérida Sanborns. I read it uninterrupted flying back between Mexico City
and Vancouver.
I had this terrible longing for reproducing in a contemporary
version the photographs that were taken of Nahui Olin by Edward Weston and
others.
One of my ideas was to visit my compadre Andrew Taylor and
his artist wife Ilse in Guadalajara. Ilse could find us a model that would be
appropriate (but difficult if we insisted on Olin’s green eyes) for an artistic
session. To imitate in some way Weston’s photographs I would need a hot noon
day Mexican sun. That would be the easy part.
But could I do the same her in rainy Vancouver?
I have been to a local restaurant a few times where I have noticed a
server who looks Argentine/Mexican. She looked like the ideal subject for
experiment.
But it is not easy in this 21st century to go up
to a beautiful and young woman and say, “Hi I am a local has been photographer
and I think you have an interesting face. I would like to photograph you.” I
don’t think that would wash considering my 75 years. I would be seen as a “viejo
verde” or “dirty old man”.
Luckily I happened to know the restaurant manager who
happens to be Latin American. So I asked him, “Could you intercede for me?” He
did.
And so yesterday I photographed Laurén. She knocked on the
door and there she was an apparition (in spite of all the metal on her nose)
from Mexico in the the 1920s.
What you see are preliminary attempts as we get to know each
other better. I am sure that in a second or third session the photographs will
approach what I call the spirit of Nahui Olin.
Laurén is not Latin. She was born in Vancouver and moved at
an early age to Saskatchewan. As to why she looks like a Latin she does not
know but plans to have one of those DNA tests soon.
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