Lord Cheseline
Monday, August 26, 2019
Jorge José O'Reilly |
Los muchachos de antes no usaban gomina
(Película argentina -1937)
Fue una brillante y colorida evocación del
Buenos Aires noctámbulo de principios de siglo, ese mundo de farras, tango,
champagne, broncas y percantas donde cometió sus pecados de juventud y atesoró
inolvidables recuerdos toda una generación porteña, la misma a que pertenecía
él (Romero). Tuvo calor ambiental, riqueza de tipos, sabor de época, gracia y
encanto dentro de un argumento que, pese a su línea central melodramática,
llegó a conmover por la acendrada nostalgia, el cariño, la alegría y el dolor
que sin duda sintió Romero al hacer esta reminiscencia de un periodo de su
vida. Transmitió tal sensación de autenticidad que hasta hizo reflexionar sobre
cuestiones condicionantes de frustraciones humanas, adquirió universalidad y
mejoró con el tiempo hasta erigirse en clásica.
Wikipedia
Mi
sobrino Georgito O’Reilly me ha informado que la Gomina Brancato, la que ántes usaba, ya no existe y que opta por la Gomina
Cheseline.
Busqué
en Google y en la Wikipedia algúna cita con algún inglés famoso tipo Beau
Brumell pero no encontré nada. En el mercado libre venden tarros vacíos de la
Gomina Brancata por 150 pesos.
La
Gomina Cheseline, según me ha Whatsappiado mi sobrino no es grasosa como otras
marcas y le proporciona completo control del perfecto aspecto de su cabellera
aún en sudestasdas en los links de golf.
La única
referencia al uso de la Gomina Cheseline la encontré en una linda historia de
la apertura de un burdel en Puerto Natales en la Patagonia Chilena.
Inauguración del María Teresa
Era la noche de la inauguración. Se trataba del
burdel más famoso de la Patagonia. Por fin llegaba a Puerto Natales La María
Teresa. Digamos que la sucursal de La María Teresa. La casa matriz por llamarla
de algún modo-, se encontraba en Punta Arenas. Desde hacía una semana la radio
del pueblo pasaba publicidad con las bondades del lupanar. Quince hermosas
azafatas. Quince hermosas chicas. Quince hermosas y exuberantes bellezas.
Después hablaban de una noche de ensueño. De estar cerca del cielo. No lo podrás
creer. Ángeles en Puerto Natales. Todo lo que imaginaste y soñaste al alcance
de tu mano. Tres días antes de la inauguración del viernes, una camioneta con
altoparlantes recorría las calles del pueblo. "Invitamos este viernes
quince a visitar María Teresa, allí en un ambiente agradable y discreto, quince
chicas venidas desde Panamá, República Dominicana, Argentina, Perú y de nuestro
querido Chile, harán la delicia de nuestros invitados". Con mensajes aún
más directos, el locutor de la Chevrolet incitaba contumazmente al dispendio
erótico. Una semana en donde el pueblo no hablaba de otra cosa que no fuera la
inauguración de la María Teresa.
Antes que toda esta faramalla se instalara en
el pueblo, ya Ricardo me había alertado, me dijo: "Parece que la María Teresa
se viene a Natales con camas y petacas". En un comienzo no le di mayor
importancia. Pero Ricardo que estaba realmente obsesionado con el tema llevaba
día a día la cuenta regresiva. Me decía faltan seis días, faltan cinco días,
faltan cuatro días... Comentaba que a él no le gustaba especialmente las casas
de putas, pero que tratándose de María Teresa todo cambiaba. El había estado en
Punta Arenas y sabía de qué se trataba. Era la mejor mercadería de la Patagonia
Chileno-Argentina. Que teníamos el deber ineludible de asistir. Tú no sabes lo
que son las dominicanas, agregaba. De una visita semanal a mi casa, la
frecuencia se disparó a tres veces por día. Nuestras conversaciones que
versaban invariablemente sobre las nuevas corrientes literarias latinoamericana
y el simbolismo francés, se transmutaron en senos turgentes, cuartetos, tríos,
caderas, cinturitas, polvo, etc. Estaba realmente entusiasmado. Nunca lo había
visto así. Salvo alguna vez cuando habló transportado sobre Rimbaud. Insistía
en que teníamos que asistir. Además decía que conocía a María Teresa y que era
una mujer encantadora.
No fue hasta que me dijo que él pagaría todos
los gastos de aquella noche de la inauguración, en que yo me decidí por ir.
Realmente asistiría de mala gana. No tenía mayor interés. Había abandonado
desde un tiempo atrás, el placer coital quilombero. Los niveles de seguridad de
los preservativos me habían ahuyentado de las casitas con luces. Fue así que me
aprovisioné de una caja de condones alemanes fiables y esperé la llegada del
viernes. Pero ya lo dije. De mala gana
Aquel viernes quince Ricardo llegó temprano.
Ansioso. Con aquel inconfundible olor de colonia barata que usaba para fechas
importantes. Se había puesto gomina Lord Cheseline al por mayor. Llevaba puesta
la chaqueta negra de cuero que había comprado en Buenos Aires y su tapadura de
oro brillaba desde la otra esquina. Me puse mi abrigo negro-largo y mi gorra de
comandante. Siendo las 22.30 hrs. salimos de mi casa rumbo a María Teresa. Era
realmente una noche especial. Hablo de una noche especial, no tanto por lo de
la inauguración, que de por sí lo era obviamente, sino que no corría una sola
brisa en Puerto Natales. Aquellos que han llegado por estos lares deben saber
de lo que hablo. Es muy raro encontrar una noche así en la Patagonia. La noche
se presentaba apacible pero sabía que en el corazón de Ricardo se avecinaba una
tempestad. Me contó que desde temprano aquel día comenzó a calentar los
motores. Recordaba haber tenido quince erecciones pensando en las quince
chicas. Una por cada una de ellas. Ricardo había traspasado todo límite.
Fue así como llegamos donde María Teresa. Nada
más doblar la cuadra en donde se encontraba el burdel, se comenzaba a vivir una
noche distinta. El local estaba más iluminado que la Torre Eiffel cada
veinticinco de diciembre. La fuerza pública había cerrado la cuadra y sólo
dejaban pasar a peatones. Un mundo de curiosos se arremolinaban en torno de las
cercanías. Llegamos hasta la puerta de entrada en donde las quince figurantas vestidas
a la usanza de guardias papales daban la bienvenida a los parroquianos. Ricardo
se había preocupado de reservar la mesa ocho y allí nos instalamos. Un plasma
fijo en el canal Playboy preanunciaba lo que vendría. La música no tenía nada
que ver con las imágenes. Beyonce a full. Pronto se cerraron las puertas y las
chicas se fueron a cambiar a sus cuartos. Mientras tanto los noctámbulos
brindaban, fumaban, reían y hablaban fuerte tratando de escucharse. Trompetas
celestiales dieron paso a las mujeres y ellas se desparramaron por las mesas.
La jarana había comenzado.
Había pasado una hora en donde bebimos vodka,
gin, whisky, y pisco, cuando un par de mujeres se acercaron a nuestra mesa.
Carol y Benardette. Inmediatamente realizamos la inspección ocular. Eran dos
potras dominicanas con porte de NBA [National Basketball Association], piernas de jade y cinturas de avispa.
Venían presididas de la mismísima María Teresa en persona, quien trató a
Ricardo con suma familiaridad, "Ricardito vea usted, acá le traigo a las
mejores embajadoras de la República Dominicana". La verdad que no hacía
falta tales credenciales, eran lejos las mejores mujeres que uno podría
encontrar por los parajes del sur. Ricardo estaba en estado de éxtasis. Vuelto
loco. Después de tomar un par de tragos con las diplomáticas, el ambiente se
distendió. Y llegó la oferta. Se trataba de estar con ellas un momento y que
por todo concepto nos cobrarían, a modo de oferta de inauguración 300 euros.
Ricardo aceptó encantado la ganga. Y fue así como fuimos al cuarto, al cuarto
de Bernardette.
Era un cuarto modesto y limpio. Calefaccionado.
Una cama amplia y confortable con un cubrecama rojo, al tono con la luz difusa
del ambiente. Pusieron música y empezaron rápidamente su meritoria labor. Se
pusieron más ligeras de ropa aún de la nada que llevaban. Presto estábamos con
Ricardo, uno al lado del otro, cabalgando sobre las ancas de las embajadoras.
Estuvimos así un buen tiempo. Luego casi al unísono giramos y nos pusimos uno
arriba de la otra, luego abajo, después al costado. De pronto me vi con las
dos. En aquel momento pensé que tendría que haber trabajado en un circo. De
contorsionista. Era realmente glorioso. No sé exactamente cuánto tiempo estuve
con ellas. Esas dos chicas se la traían. Eran fantásticas. En eso estábamos
cuando giro la cabeza y veo a Ricardo. Sentado en el sillón. Todo compuestito.
Vestido con su chaqueta negra de cuero comprada en Buenos Aires. Que me
dice: "Ya Hugo, apúrate que es tarde".