Tango - llorarte mi sermón de vino
Saturday, September 22, 2018
While I was in Mexico, I remember how Mexicans used to laugh (and kid me) at all the fake
falls by Argentine futbol players. They would use the expression, “se hechan un
tango”. By this they meant that the
overdid their shenanigans in the same way that tango lyrics are much like a
soap opera dialogue.
The poem below by Uruguayan writer Mario Benedetti has
little of tango in it. It is about a drunkard who is confronted in his easy
chair by his wife who sermonizes him for his habit. In the end our drunkard
quotes a classic tango:
Vos sabés
que yo siempre cito a los clásicos. Por ejemplo, Cátulo Castillo (música de
Aníbal Troilo) que estampó Yo sé que te lastima / yo sé que te hace daño /
llorarte mi sermón de vino».para siempre esta / delicia: «
-Es cierto
que me hace daño. No importa. Aquí te dejo, con esa veterana curda, que ya
forma parte de tu currículo. Se acabó. No te preocupes. Cuando vos y yo seamos
finaditos, sé que voy a encontrarte en algún boliche (cantina, para los
ilustrados) del paraíso.
Which translates to:
You know I always quote the classics. As an example Cátulo
Castillo (music by Aníbal Troilo) who wrote:
“I know this hurts you/ I know that it is bad for you/ to
cry my sermon of wine, always a delight.”
His wife answers: It is true, it hurts me. It is of no
consequence. I leave you here, with your veteran hangover, which is part of
your curriculum. It’s over.
Don’t worry. When both of us are dead, I know I will find you at a
corner bar in Paradise.
Tango
[Cuento
- Texto completo.]
Mario
Benedetti
Estaba
tan borracho que no llegó haciendo eses sino equis. La casa (su casa) estaba
vacía, oscura, abandonada. Quizá por eso pudo llegar indemne hasta la mecedora.
Cerró,
abrió y cerró los ojos. Lo que vislumbró no fue un sueño sino un milagro de
jardín. Con su madre o sin su madre. Eso dependía de la tensión de sus
párpados. Si era con su madre, ella lo señalaba con un índice acusador y una
mueca de burla. No era preciso que hablara. Él bien sabía de qué se trataba.
Desde la infancia la había despreciado, ninguneado con fervor, desatendido.
Entre ella y él no había puentes;sólo despeñaderos, barrancos, hondonadas. Por
eso ella, en vez de dos ojos verdes, tenía dos odios grises.
Él abrió
los suyos, acarició los párpados heridos, posó su mirada opaca en la pared de
enfrente, que empezó a balancearse con un ritmomoderado. El cuadro estaba ahí:
una figura antigua, de hombre recio,con corbata de moña, melena canosa y
anteojos de miope. Cerró otravez los ojos y el hombre se asomó en el espacio
inverosímil: allí nohabía moña ni anteojos. Él, cuando estaba sobrio, era capaz
de recitar de memoria todos los poemas de ese tipo, pero ahora los versos se
arrinconaban en el olvido. El hombre semisoñado lo miraba con
exigencia,
reclamándole algo, aunque fueran dos versos, una copla, elestrambote de un
soneto mediocre. Pero él se retraía, se ocultaba, noquería saber nada de una
inspiración ajena. Ahí era cuando el tipoempuñaba un látigo y él abría
providencialmente los ojos.
El
cuadro ya no estaba y la pared había dejado de balancearse. Qué bien le vendría
un café amargo, pero cómo llegar a la cafetera, a encender el gas, a no
derramar el agua que llamaba desde el grifo.
Por
primera vez lamentó su mamúa. Volvió a cerrar los ojos en busca de un estímulo.
Tardó en llegarle la somnolencia, pero cuando llegó fue una recompensa
inesperada. Frente a él, al alcance de sus manos, estabaDorita, más atractiva
que nunca, con la boca entreabierta y a la espera,con el camisón rosa que se le
resbalaba de los senos, más turgentes queen épocas pasadas. Quiso decir algo y
no pudo. Dorita lo paralizaba consu belleza. Decidió extender su mano hasta el
pezón izquierdo, pero éstese hizo nada entre su índice y su pulgar.
Esta vez
abrió los ojos porque alguien le estaba sacudiendo el hombro. Su mujer, nada
menos, y no era un sueño.
-Otra
vez mamado -gritó ella.
-Otra
vez mamado -admitió él-. Yo no tengo vergüenza de tomarme una copa.
-¿Y
cuántas vergüenzas reservas para zamparte dos botellas?
-Tres.
-¿Tres?
¿Vergüenzas o botellas?
-Botellas.
-¿Hasta
cuándo pensás que voy a soportar este maldito tren de vida?
-Mi
amor, eso es asunto tuyo.
-Y vos,
¿no tenés conciencia?
-¿Querés
que te diga la verdad? Me tiene harto.
-¿No
tenés nada más que decirme?
-Cómo
no… Vos sabés que yo siempre cito a los clásicos. Por ejemplo, Cátulo Castillo
(música de Aníbal Troilo) que estampó Yo sé que te lastima / yo sé que te hace
daño / llorarte mi sermón de vino».para siempre estadelicia: «
-Es
cierto que me hace daño. No importa. Aquí te dejo, con esa veterana curda, que
ya forma parte de tu currículo. Se acabó. No te preocupes. Cuando vos y yo
seamos finaditos, sé que voy a encontrarte en algún boliche (cantina, para los
ilustrados) del paraíso.
FIN
-
Skye
Friday, September 21, 2018
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Skye - iPhone3G |
For a few years I taught at a photography school on 10th
Avenue in Vancouver called Focal Point. I was treated with extreme respect and
given a wide margin of tolerance with what I taught. Students particularly
liked my Contemporary Portrait Nude course.
I liked bringing in models of both sexes and I watched how
the men cringed when they had to take photographs of nude men. My favourite
ploy was to tell my class that there were two ways of getting into a swimming
pool with very cold water.
One was to enter it inch by inch (and suffer) and the other
was to simply plunge in.
One way of doing it (the slow way) was to place our model in
one spot (fully clothed and take a sequence of five photographs in which the
model would go from fully clothed to undraped.
Every once in a while (and, particularly with male models) I
would make my students do it in reverse.
At the end of such a class (if the model was a male) I would
ask to see if anybody would surprise me, in the next class, with their best
scrotum shot. One particular tough guy (he was a doorman at a Whistler night
club) walked out and never returned.
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iPhone3G |
We went through many models in which I suffered the
frustration of being a teacher who had to supervise what my students were
doing. But every once in a while I would fish out my iPhone3G or a Nikon FM-2
with very fast b+w film and would snap a few shots.
There was one mature model in her late 30s whose only name I
can remember was Sky. Because she was not 20 she was not “perfect” and I taught
my students how to handle such a situation as it was their obligation (in my
opinion I would point out) to make their subjects as good as possible.
I wish I could locate Skye again and thank her for her
contribution. While teaching at Focal Point I never took the place for granted.
I miss it as it gave me relevance in a world of mine that was quickly
disappearing.
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iPhone3G |
Lady Vanda
Thursday, September 20, 2018
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Lady Vanda - Mihola Terzic - iPhone3G |
Alas the most interesting vampire story "El hijo del vampiro", "The Son of the Vampire" is not available in an English translation. Suffice to say that it is unusual and it has a most scary ending for which my photograph pf Mihola Terzic will do just fine.
El hijo
del vampiro
Julio
Cortázar
Probablemente
todos los fantasmas sabían que Duggu Van era un vampiro. No le tenían miedo
pero le dejaban paso cuando él salía de su tumba a la hora precisa de
medianoche y entraba al antiguo castillo en procura de su alimento favorito. El
rostro de Duggu Van no era agradable. La mucha sangre bebida desde su muerte
aparente —en el año 1060, a manos de un niño, nuevo David armado de una
honda-puñal— había infiltrado en su opaca piel la coloración blanda de las
maderas que han estado mucho tiempo debajo del agua. Lo único vivo, en esa
cara, eran los ojos. ojos fijos en la figura de Lady Vanda, dormida como un
bebé en el lecho que no conocía más que su liviano cuerpo. Duggu Van caminaba
sin hacer ruido. La mezcla de vida y muerte que informaba su corazón se resolvía
en cualidades inhumanas. Vestido de azul oscuro, acompañado siempre por un
silencioso séquito de perfumes rancios, el vampiro paseaba por las galerías del
castillo buscando vivos depósitos de sangre. La industria frigorífica lo
hubiera indignado. Lady Vanda, dormida, con una mano ante los ojos como en una
premonición de peligro, semejaba un bibelot repentinamente tibio. y también un
césped propicio, o una cariátide.
Loable
costumbre en Duggu Van era la de no pensar nunca antes de la acción. En la estancia
y junto al lecho, desnudando con levísima carcomida mano el cuerpo de la
rítmica escultura, la sed de sangre principió a ceder.Que los vampiros se
enamoren es cosa que en la leyenda permanece oculta. Si él lo hubiese meditado,
su condición tradicional lo habría detenido quizá al borde del amor,
limitándolo a la sangre higiénica y vital. Mas Lady Vanda no era para él una
mera víctima destinada a una serie de colaciones. La belleza irrumpía de su
figura ausente, batallando, en el justo medio del espacio que separaba ambos
cuerpos, con el hambre. Sin tiempo de sentirse perplejo ingresó Duggu Van al
amor con voracidad estrepitosa. El atroz despertar de Lady Vanda se retrasó en
un segundo a sus posibilidades de defensa. y el falso sueño del desmayo hubo de
entregarla, blanca luz en la noche, al amante.
Cierto
que, de madrugada y antes de marcharse, el vampiro no pudo con su vocación e
hizo una pequeña sangría en el hombro de la desvanecida castellana. Más tarde,
al pensar en aquello, Duggu Van sostuvo para sí que las sangrías resultaban muy
recomendables para los desmayados. Como en todos los seres, su pensamiento era
menos noble que el acto simple.
En el
castillo hubo congreso de médicos y peritajes poco agradables y sesiones
conjuratorias y anatemas, y además una enfermera inglesa que se llamaba Miss
wilkinson y bebía ginebra con una naturalidad emocionante. Lady Vanda estuvo
largo tiempo entre la vida y la muerte (sic). La hipótesis de una pesadilla
demasiado erista quedó abatida ante determinadas comprobaciones oculares; y,
además, cuando transcurrió un lapso razonable, la dama tuvo la certeza de que
estaba encinta.
Puertas
cerradas con yale habían detenido las tentativas de Duggu Van. El vampiro tenía
que alimentarse de niños, de ovejas, hasta de —¡horror!— cerdos. Pero toda la
sangre le parecía agua al lado de aquella de Lady Vanda. una simple asociación,
de la cual no lo libraba su carácter de vampiro, exaltaba en su recuerdo el
sabor de la sangre donde había nadado, goloso, el pez de su lengua. Inflexible
su tumba en el pasaje diurno, érale preciso aguardar el canto del gallo para
botar, desencajado, loco de hambre. No había vuelto a ver a Lady Vanda, pero
sus pasos lo llevaban una y otra vez a la galería terminada en la redonda burla
amarilla de la yale. Duggu Van estaba sensiblemente desmejorado.
Pensaba
a veces —horizontal y húmedo en su nicho de piedra— que quizá Lady Vanda fuera
a tener un hijo de él. El amor recrudecía entonces más que el hambre. Soñaba su
fiebre con violaciones de cerrojos, secuestros, con la erección de una nueva
tumba matrimonial de amplia capacidad. El paludismo se ensañaba en él ahora.
El hijo
crecía, pausado, en Lady Vanda. Una tarde oyó Miss wilkinson gritar a su
señora. La encontró pálida, desolada. Se tocaba el vientre cubierto de raso,
decía:
—Es como
su padre, como su padre. Duggu Van, a punto de morir la muerte de los vampiros
(cosa que lo aterraba con razones comprensibles), tenía aún la débil esperanza
de que su hijo, poseedor acaso de sus mismas cualidades de sagacidad y
destreza, se ingeniara para traerle algún día a su madre.
Lady
Vanda estaba día a día más blanca, más aérea. Los médicos maldecían, los
tónicos cejaban. y ella, repitiendo siempre:
—Es como
su padre, como su padre.
Miss
wilkinson llegó a la conclusión de que el pequeño vampiro estaba desangrando a
la madre con la más refinada de las crueldades. Cuando los médicos se enteraron
hablose de un aborto harto justificable; pero Lady Vanda se negó, volviendo la
cabeza como un osito de felpa, acariciando con la diestra su vientre de raso.
—Es como
su padre —dijo—. Como su padre.
El hijo
de Duggu Van crecía rápidamente. No sólo ocupaba la cavidad que la naturaleza
le concediera sino que invadía el resto del cuerpo de Lady Vanda. Lady Vanda
apenas podía hablar ya, no le quedaba sangre; si alguna tenía estaba en el
cuerpo de su hijo.
Y cuando
vino el día fijado por los recuerdos para el alumbramiento, los médicos se
dijeron que aquél iba a ser un alumbramiento extraño. En número de cuatro
rodearon el lecho de la parturienta, aguardando que fuese la medianoche del
trigésimo día del noveno mes del atentado de Duggu Van.
Miss
wilkinson, en la galería, vio acercarse una sombra. No gritó porque estaba
segura de que con ello no ganaría nada. Cierto que el rostro de Duggu Van no
era para provocar sonrisas. El color terroso de su cara se había transformado
en un relieve uniforme y cárdeno. En vez de ojos, dos grandes interrogaciones
llorosas se balanceaban debajo del cabello apelmazado.
—Es
absolutamente mío —dijo el vampiro con el lenguaje caprichoso de su secta—
y nadie
puede interpolarse entre su esencia
y mi
cariño.
Hablaba
del hijo; Miss wilkinson se calmó.
Los
médicos, reunidos en un ángulo del lecho, trataban de demostrarse unos a otros
que no tenían miedo. Empezaban a admitir cambios en el cuerpo de Lady Vanda. Su
piel se había puesto repentinamente oscura, sus piernas se llenaban de relieves
musculares, el vientre se aplanaba suavemente y, con una naturalidad que
parecía casi familiar, su sexo se transformaba en el contrario. El rostro no
era ya el de Lady Vanda. Las manos no eran ya las de Lady Vanda. Los médicos
tenían un miedo atroz. Entonces, cuando dieron las doce, el cuerpo de quien
había sido Lady Vanda y era ahora su hijo se enderezó dulcemente en el lecho y
tendió los brazos hacia la puerta abierta. Duggu Van entró en el salón, pasó
ante los médicos sin verlos, y ciñó las manos de su hijo. Los dos, mirándose
como si se conocieran desde siempre, salieron por la ventana. El lecho
ligeramente arrugado, y los médicos balbuceando cosas en torno a él,
contemplando sobre las mesas los instrumentos del oficio, la balanza para pesar
al recién nacido, y Miss wilkinson en la puerta, retorciéndose las manos y
preguntando, preguntando, preguntando».
Bajo la trampa débil de la gasa
Wednesday, September 19, 2018
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En el
tul blanco, inmaterial, sedeño |
Una de
las macanas de haber vivido en la Argentina, México, Texas y al final Vancouver
es mi conocimiento de la literatura. Se aprende mucho en la escuela pero si las
escuelas han sido desparramadas en variadas localidades hay vacíos notables.
Ese es el caso mío. Por un lado como no solo leo en castellano pero en inglés
he leído P.D. James, Jerome Charyn (diría que es un desconocido en Buenos Aires),
Faulkner, Joyce Carol Oates y muchos más.
En Buenos Aires en nuestra última visita en
septiembre no vi muchos de estos escritores en las librerías. Pero, los de mi ahora ciudad de Vancouver, pocos
conocen de Julio Cortázar (y no toda su obra ha sido traducida al inglés, lo
mismo con el autor uruguayo Mario Benedetti). Pocos en Vancouver saben de las
delicias de leer las novelas del Capitán Alatriste de Reverte o las poesías y
novelas de mi escritor favorito mexicano Homero Aridjis. En fin me siento
afortunado de leer en los dos idiomas.
Este no
fue el caso en los principios de los 90. Ya no leía en castellano. Cuando una
revista canadiense, Books in Canada, me mandó a Lima para entrevistarme y
fotografiar a Mario Vargas Llosa emprendí en leer toda su obra en castellano.
Sufrí con Conversación en la catedral ("¿en qué momento se jodió el Perú?") pero ya al llegar a La guerra del fin del
mundo y La historia de Mayta pude leerlos con confianza. Lo mismo sucedió con
los libros de Saramago ya que leí traducciones del portugués al castellano en
vez de al inglés.
En la
dorada tarde rumorosa
Que
languidece en placidez de estío.
Estoy
mirando este camino rosa
Como en
el dulce verso de Darío.
Y así
como en el verso del poeta,
Allá,
donde el camino rosa arranca,
Veo
avanzar una columna blanca
Envuelta
en un vapor azul-violeta.
Parece
solamente alguna nube
Bordada
en fino polvo de zafiros,
Inmaterial
columna de suspiros
Que de
la tierra a las estrellas sube.
La dulce
forma humana se deslíe
En el
tul blanco, inmaterial, sedeño,
Y tan
lejana y pura me sonríe
Que
digo: esto es el sueño.
Al poco
rato la columna pasa
Tan
cerca que, sin ilusión alguna,
Puedo
mirar las formas una a una
Bajo la
trampa débil de la gasa.
La nube
se ha disuelto; ante mis ojos
Se
rinden ya las formas imperfectas:
Blancos
creí los pies, pero son rojos.
Gráciles
formas vi, pero son rectas.
El tul
se ha vuelto tosca muselina,
Las
guirnaldas perdieron su frescura,
Así tan
cerca en una forma dura
Aquella
forma que creí divina.
Alma:
¿dónde está el oro aquel que viste?
Todo ha
cambiado cuando estuvo enfrente;
Mis ojos
tocan realidad tan triste
Que
digo: es el presente.
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Carlos Gardel, Jorge Luís Borges y Alfonsina Storni - Café Tortoni |
Mas, ya
de nuevo, bajo el huso de oro
Del sol,
que hilando está la luz del día,
Al
alejarse, lentas, por la vía,
Las
formas cobran su anterior decoro.
Es la
misma ilusión: es ese mismo
Perderse
de los cuerpos tras los tules
Y
vuelven a brillar piedras azules,
Y el oro
vuelve a darme su espejismo.
Y cuando
aquel sendero se termina
Allá muy
lejos, la columna blanca
Se ha
convertido en esa nube fina
Que a
poco vi donde el camino arranca.
Me
embriagó de dulzor una abeja,
De nuevo
en la visión blanca me pierdo,
Y tan
inmaterial allá se aleja
Que
digo: es el recuerdo.
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