Los Colores de Jorge Luís Borges
Saturday, June 14, 2014
Delphinium x cultivar 'Finsteraarehorn |
SEÑORAS,
SEÑORES:
En el
decurso de mis muchas, de mis demasiadas conferencias, he observado que se
prefiere lo personal a lo general, lo concreto a lo abstracto. Por
consiguiente, empezaré refiriéndome a mi modesta ceguera personal. Modesta, en
primer término, porque es ceguera total de un ojo, parcial del otro. Todavía
puedo descifrar algunos colores, todavía puedo descifrar el verde y el azul. Hay
un color que no me ha sido infiel, el color amarillo. Recuerdo que de chico (si
mi hermana está aquí lo recordará también) me demoraba ante unas jaulas del
jardín zoológico de Palermo y eran precisamente la jaula del tigre y la del
leopardo. Me demoraba ante el oro y el negro del tigre; aún ahora, el amarillo
sigue acompañándome. He escrito un poema que se titula "El oro de los
tigres" en que me refiero a esa amistad.
Quiero
pasar a un hecho que suele ignorarse y que no sé si es de aplicación general. La
gente se imagina al ciego encerrado en un mundo negro. Hay un verso de
Shakespeare que justificaría esa opinión: "Looking on darkness, which the
blind do see"; "mirando la oscuridad que ven los ciegos". Si
entendemos negrura por oscuridad, el verso de Shakespeare es falso.
Uno de los
colores que los ciegos (o en todo caso este ciego) extrañan es el negro; otro,
el rojo. "Le rouge et le noir" son los colores que nos faltan. A mí,
que tenía la costumbre de dormir en plena oscuridad, me molestó durante mucho
tiempo tener que dormir en este mundo de neblina, de neblina verdosa o azulada
y vagamente luminosa que es el mundo del ciego. Hubiera querido reclinarme en
la oscuridad, apoyarme en la oscuridad. Al rojo lo veo como un vago marrón. El
mundo del ciego no es la noche que la gente supone. En todo caso estoy hablando
en mi nombre y en nombre de mi padre y de mi abuela, que murieron ciegos;
ciegos, sonrientes y valerosos, como yo también espero morir. Se heredan muchas
cosas (la ceguera, por ejemplo), pero no se hereda el valor. Sé que fueron
valientes.
El ciego
vive en un mundo bastante incómodo, un mundo indefinido, del cual emerge algún
color: para mí, todavía el amarillo, todavía el azul (salvo que el azul puede
ser verde), todavía el verde (salvo que el verde puede ser azul). El blanco ha
desaparecido o se confunde con el gris. En cuanto al rojo, ha desaparecido del
todo, pero espero alguna vez (estoy siguiendo un tratamiento) mejorar y poder
ver ese gran color, ese color que resplandece en la poesía y que tiene tan
lindos nombres en muchos idiomas. Pensemos en scharlach, en alemán, en scarlet,
en inglés, escarlata en español, écarlate, en francés. Palabras que parecen
dignas de ese gran color. En cambio, "amarillo" suena débil en
español; yellow en inglés, que se parece tanto a amarillo; creo que en español
antiguo era amariello.
Yo vivo en
ese mundo de colores y quiero contar, ante todo, que si he hablado de mi
modesta ceguera personal, lo hice porque no es esa ceguera perfecta en que
piensa la gente; y en segundo lugar porque se trata de mí. Mi caso no es
especialmente dramático. Es dramático el caso de aquellos que pierden bruscamente
la vista: se trata de una fulminación, de un eclipse; pero en el caso mío, ese
lento crepúsculo empezó (esa lenta pérdida de la vista) cuando empecé a ver. Se
ha extendido desde 1899 sin momentos dramáticos, un lento crepúsculo que duró
más de medio siglo.
Texto,
"La ceguera" , Jorge Luis Borges