María Catalina O'Reilly |
Auto Cine
Me acuerdo que tenía 8 o 9 años cuando mis padres me llevaron al Cine General Paz sobre Cabildo para ver Beau Geste. Me quedé impresionado al ver las murallas almenadas del Fuerte Zinderneuf. Las almenas estaban ocupadas por soldados con sus fusiles. ¡Al entrar al fuerte averigüé que todos estaban muertos! Con mi amigo Mario Hertzberg íbamos a un cine patrocinado para recaudar fondos, por unos sacerdotes capuchinos que estaban construyendo la Parroquia Santa María de los Ángeles en Coghlan donde vivíamos en la calle de Melián.
Veíamos con deleite películas de Tarzán, de Carlitos Chaplín y de El gordo y el flaco.
Mi papá,
por alcohólico, se fue de nuestra casa en Coghlan para vivir solo. Venía los
fines de semanas para llevarme al cine. En Retiro tomábamos el subte y nos
bajábamos en Lavalle. Caminábamos por los cines con programas continuados
buscando películas de conboys, de espadachines
o de guerra. Me acuerdo a ver visto Colt
.45 con Randolph Scott. Después de la película fuimos a Las Cuartetas. Imposible no acordarme de los suaves gritos de los vendedores en los cines,"Bombón helado." La marca era Noel.
Con mi abuela también iba al cine. Después me llevaba al Roxy a beber unos ice cream sodas de chocolate. No tengo idea por qué fui con ella a ver 27 episodios de una seríe llamada Superhombre. Me acuerdo que en el tren a casa, en la estación Retiro tenía yo (no ella) un dolor de estómago fatal (casi).
Con mi mamá veía películas como Romeo y Julieta con Lesley Howard y Norma Shearer. Los gustos de mi mamá eran sofisticados y fue ella la que me educó a ser un esnob. De alguna manera pude entender El tercer hombre con Orson Welles y supe y llegué a apreciar todas las películas de Joseph Cotten.
Una que nunca me voy a olvidar fue la primera en Cinemascope, El manto sagrado con Richard Burton y Jean Simmons en el Cine Gran Rex. El acto vivo era una cantante americano llamado Frank Sinatra.
Solo fue en México, años más tarde, cuando pude ver (porque me llevó mi mamá) películas con Luís Sandrini o Libertad Lamarque.
En Buenos Aires en los 60 tenía una novia que me decía que yo era un pajuerano empedernido que necesitaba cultura. Con ella vi películas románticas de la nueva ola francesas. Pero fue cuando me llevó a ver la película japonesa La mujer de la arena que cambío mi idea de que la mujer era una entidad pasiva en su sexualidad.
En 1968 cuando me casé con Rosemary me acuerdo de dos películas en salas de cine divinas (Cine Latino, Cine Diana) donde vimos La odisea del espacio y Lawrence de Arabia. Una película que compartí con mucha alegría con mi Rosemary fue el Martín Fierro de Leopoldo Torre Nilsson.
En esos años mi amigo Raúl Guerrero Montemayor (quizá con la misma opinión de mi Susy argentina) me llevó a ver películas de Antonioni (me enamoré de Monica Vitti) y del avant-garde francesas.
Tengo poca memoria de haber ido a un auto cine. Lo hice seguramente en mis años en St. Edward’s High School en Austin, Texas. En los 50 el auto (aún no existían hoteles alojamiento [La Cigarra no es un bicho]) era el único espacio propio para esos franelazos intensivos de mi juventud (pocos quizá los puedo contar con algunos dedos de una mano). Como no tenía auto, un amigo con un Chevrolet 1957 convertible fue para mí un descubrimiento de las delicias del auto cine. No me acuerdo de la película.
Fue en esos años que mi mamá me visitó a Austin y fuimos al Austin Theatre sobre la Congress Avenue. Allí vimos Raintree County con Elizabeth Taylor, Mongomery Clift y Eva Marie Saint. Tal era la presencia de Marie Saint que no le hice caso a la Taylor y me enamoré de la rubia. Estoy seguro que esa rubia fue la que vi cuando conocí a mi Rosemary.
¿Me
pregunto qué haría este vejestorio de 78 en Buenos Aires si me invitara a un
cine mi sobrina María Catalina O’Reilly? ¿Sería yo un mono en la esquína?
Lo que sí sé es que los dos entablaríamos en una senda conversación en un café, a tal punto, que los cortados se enfriarían.