Everything & Nothing
Thursday, October 03, 2013
Everything and Nothing
(From Dreamtigers English version of El Hacedor) by J.L. Borges
There was no one in
him; behind his face (which even in the poor paintings of the period is unlike
any other) and his words, which were copious, imaginative, and emotional, there
was nothing but a little chill, a dream not dreamed by anyone. At first he
thought everyone was like him, but the puzzled look on a friend’s face when he
remarked on that emptiness told him he was mistaken and convinced him forever
that an individual must not differ from his species. Occasionally he thought he
would find in books the cure for his ill, and so he learned the small Latin and
less Greek of which a contemporary was to speak. Later he thought that in the
exercise of an elemental human rite he might well find what he sought, and he
let himself be initiated by Anne Hathaway one long June afternoon. At
twenty-odd he went to London.
Instinctively, he had already trained himself in the habit of pretending that
he was someone, so it would not be discovered that he was no one. In London he hit upon the
profession to which he was predestined, that of the actor, who plays on stage
at being someone else. His playacting taught him a singular happiness, perhaps
the first he had known; but when the last line was applauded and the last
corpse removed from the stage, the hated sense of unreality came over him
again. He ceased to be Ferrex or Tamburlaine and again became a nobody.
Trapped, he fell to imagining other heroes and other tragic tales. Thus, while
in London’s
bawdyhouses and taverns his body fulfilled its destiny as body, the soul that
dwelled in it was Caesar, failing to heed the augurer’s admonition, and Juliet,
detesting the lark, and Macbeth, conversing on the heath with the witches, who
are also the fates. Nobody was ever as many men as that man, who like the
Egyptian Proteus managed to exhaust all the possible shapes of being. At times
he slipped into some corner of his work a confession, certain that it would not
be deciphered; Richard affirms that in his single person he plays many parts,
and Iago says with strange words, “I am not what I am.” His passages on the
fundamental identity of existing, dreaming, and acting are famous.
Twenty years he
persisted in that controlled hallucination, but one morning he was overcome by
the surfeit and the horror of being so many kings who die by the sword and so
many unhappy lovers who converge, diverge, and melodiously agonize. That same
day he disposed of his theater. Before a week was out he had returned to the
village of his birth, where he recovered the trees and the river of his
childhood; and he did not bind them to those others his muse had celebrated,
those made illustrious by mythological allusions and Latin phrases. He had to
be someone; he became a retired impresario who has made his fortune and who
interests himself in loans, lawsuits, and petty usury. In this character he
dictated the arid final will and testament that we know, deliberately excluding
from it every trace of emotion and of literature. Friends from London used to visit his retreat, and for
them he would take on again the role of poet.
The story goes that,
before or after he died, he found himself before God and he said: “I, who have
been so many men in vain, want to be one man: myself.” The voice of God replied
from a whirlwind: “Neither am I one self; I dreamed the world as you dreamed
your work, my Shakespeare, and among the shapes of my dream are you, who, like
me, are many persons—and none.”
More from El Hacedor (Dreamtigers) by Borges
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Everything and Nothing (the title in El Hacedor was in English)
J.L. Borges
Nadie hubo
en él; detrás de su rostro (que aun a través de las malas pinturas de la época
no se parece a ningún otro) y de sus palabras, que eran copiosas, fantásticas
y agitadas, no había más que un poco de frío, un sueño no soñado por alguien. Al
principio creyó que todas las personas eran como él, pero la extrañeza de un
compañero, con el que había empezado a comentar esa vacuidad, le reveló su
error y le dejó sentir para siempre, que un individuo no debe diferir de su
especie. Alguna vez pensó que en los libros hallaría remedio para su mal y así
aprendió el poco latín y menos griego de que hablaría un contemporáneo;
después consideró que en el ejercicio de un rito elemental de la humanidad,
bien podía estar lo que buscaba y se dejó iniciar por Anne Hathaway, durante
una larga siesta de junio. A los veintitantos años fue a Londres.
instintivamente, ya se había adiestrado en el hábito de simular que era
alguien, para que no se descubriera su condición de nadie; en Londres encontró
la profesión a la que estaba predestinado, la del actor, que en un escenario,
juega a ser otro, ante un concurso de personas que juegan a tomarlo por aquel
otro. Las tareas histriónicas le enseñaron una felicidad singular, acaso la
primera que conoció; pero aclamado el último verso y retirado de la escena el
último muerto, el odiado sabor de la irrealidad recaía sobre él. Dejaba de ser
Ferrex o "Tamerlán y volvía a ser nadie. Acosado, dio en imaginar otros
héroes y otras fábulas trágicas. Así, mientras el cuerpo cumplía su destino de
cuerpo, en lupanares y tabernas de Londres, el alma que lo habitaba era César,
que desoye la admonición del augur, y Julieta, que aborrece a la alondra, y
Macbeth, que conversa en el páramo con las brujas que también son las parcas. Nadie
fue tantos hombres como aquel hombre, que a semejanza del egipcio Proteo pudo
agotar todas las apariencias del ser. A veces, dejó en algún recodo de la obra
una confesión, seguro de que no la descifrarían; Ricardo afirma que en su sola
persona, hace el papel ene muchos, y Yago dice con curiosas palabras no soy lo
que soy. La identidad fundamental del existir, soñar y representar le inspiró
pasajes famosos.
Veinte años
persistió en esa alucinación dirigida, pero una mañana le sobrecogieron el
hastío y el horror de ser tantos reyes que mueren por la espada y tantos
desdichados amantes que convergen, divergen y melodiosamente agonizan. Aquel
mismo día resolvió la venta de su teatro. Antes de una semana había regresado
al pueblo natal, donde recuperó los árboles y el río de la niñez y no los
vinculó a aquellos otros que había celebrado su musa, ilustres de alusión
mitológica y de voces latinas. Tenia que ser alguien; fue un empresario
retirado que ha hecho fortuna y a quién le interesan los préstamos, los
litigios y la pequeña usura. En ese carácter dictó el árido testamento que
conocernos, del que deliberadamente excluyó todo rasgo patético o literario. Solían
visitar su retiro amigos de Londres, y él retomaba para ellos el papel de
poeta.
La historia
agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: Yo, que
tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo. La voz de Dios le contestó
desde un torbellino: Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra,
mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estabas tú, que como yo eres
muchos y nadie.