![]() |
Eastwood - Nottingham |
El cielo azul es cielo y es azul – Jorge Luís Borges - 1922
El paisaje se agolpa en la ventana. Veo un desperezarse de médanos desmadejados y lacios, el mar que bajo el cielo de un azul cobarde se aprieta al horizonte, los empinados cerros arenosos abiertos con amplitud de abrazo en ciernes, y en el trecho que vase humillando hasta formar la playa, alguna casa de cinc arrinconada por las leguas y sitiada por muchedumbres de sol.
El cielo azul es cielo y es azul
Estoy leyendo una magnífica edición titulada Borges Esencial – Edición Conmemorativa- Real Academia Española – Asociación de Academias de la Lengua Española – 12 de junio de 2016 (30 años de la muerte de Borges.)
El largo prólogo llamado Presentación es de Teodosio Fernández (famoso en su España pero como diría mi abuela, “En su casa lo conocen.”)
Tal es el extremo detalle, que después de unas páginasm me fui al cuento La Muerte y la Brújula.
Pero leí lo suficiente para indagar que ya para ese año de 1922 Borges estaba rechazando su interés en la cultura hispana y buscando ya la de su ciudad natal, Buenos Aires.
Al leer esa cita encontré un paralelo asociado a la influencia de Nadia Boulanger con Ástor Piazzolla en 1954. Le dijo que abandonara su esfuerzo en componer música contemporánea y de volver a su tango.
Y para terminar esta bítacora, en donde intento esconder mi completa ignorancia de un hombre de 83 años, quiero ilustrarla con mi imagen de una vista de la casa de D.H. Lawrence que tomé cuando la visite en Eastwood, Nottingham a fines del siglo 20.
Y para complicar esto más voy a incluir la poesía de D.H. Lawrence llamada
Gencianas bávaras – D.H.Lawrence – Traducción Sergio Heriberto
Gentiana asclepiadea - scan from my garden
durante el septiembre manso, en ese triste, lento día de San Miguel[1].
Gencianas bávaras, oscuras, grandes, sólo oscuras
abismando el día con el azul humeante de Plutón, nervadas, como antorchas
cuyo abismo, al centellear, rocía al fondo un azul apisonado
en puntos, bajo los escombros de esa flor oscura que arde en el día blanco,
en el azul humeante de Plutón que nos ofusca…
Negras lámparas en los pasillos del dios Dis[2], cuyo profundo azul, ardiente,
emite sombra, oscuridad azul, como las pálidas farolas con las que Deméter echa luz…
Ábreme paso, guíame entonces.
¡Dame una genciana, préstame una antorcha!
Que me guíe la antorcha doble, azul, de aquella flor
bajando por las gradas abismales, cada vez más negras, hasta que el azul se enlute
en la tiniebla, donde va Perséfone, ahora mismo, del septiembre helado
al reino ciego en el que la penumbra vela arriba de lo oscuro,
en que la diosa misma es una voz, una invisible oscuridad perdida en el abrazo
de Plutón, más lóbrego, y su abismo la atraviesa, apasionado,
entre el fulgor de las antorchas derramando sombra, oscuridad sobre el esposo
y la extasiada novia.