A THOUSAND WORDS - Alex Waterhouse-Hayward's blog on pictures, plants, politics and whatever else is on his mind.




 

Lucía Mateo (aka -Talvinen) La Misteriosa Joven del Pelo Violáceo
Saturday, May 14, 2016




¿Quién era la joven mujer del pelo violáceo y vestida de negro que mi amiga la pintora Nora Patrich y yo descubrimos midiendo una bóveda en el Cementerio de La Recoleta? Después de tomar unas fotos de ellas se puso en contacto conmigo por Facebook. Mi pregunta de por qué estaba ella en La Recoleta me la ha contestado a brevedad. Me sigo castigando por no haber tomado más fotos. ¿Tendré que volver a Buenos Aires para hacerlo? 



Hola Alex, aca te mando mi "ensayo" o lo que sea que sea esto que escribi. Espero que te sirva! 

"Soy Lucía, pero todos me dicen Lucy. Después de terminar la secundaria y dar muchas vueltas intentando decidir qué quería estudiar en la vida, me decidí a entrar en la UNA (Universidad Nacional de las Artes). Mi familia no sabe lo que estudio porque siento que me presionan mucho especulando a qué especialización me voy a dedicar en el futuro (ya me pasó cuando intenté entrar a la carrera de medicina). Me siento más en control de mi carrera y futuro si no lo comparto con ellos -por suerte aceptan mi decisión.

Ese día en el Cementerio de la Recoleta, estaba empezando con un trabajo práctico que nos asignaron en una cátedra. Consiste en analizar una bóveda (a mí me asignaron esa) y tomar medidas, analizar en tipo de columnas que contiene, los materiales utilizados, etc. "




La Intrusa 

Alejandra Olmos 





El Dragón y la Princesa - Sobre Héroes y Tumbas
Friday, May 13, 2016




Jorge Wenceslao de Irureta Goyena - Parque Lezama - Buenos Aires abril 2016

Hace unas semanas en mi viaje a Buenos Aires convencí a mi primo Jorge Wenceslao a que me acompañara al Parque Lezama para tomar una foto. La foto representa la imagen que vi en mi cabeza al leer Sobre Héroes y Tumbas de Ernesto Sábato hace 50 años. Para mí esta novela es la mejor novela sobre la Argentina y en especial sobre Buenos Aires. Es difícil que una persona, no argentina, pudiera apreciarla sin haber vivido años en Buenos Aires. No es extraño que en un país donde una mayoría de la población vive en el Gran Buenos Aires que sus novelas sean denominadas costumbristas. He vuelto a mi Vancouver y me paso los días escuchando Piazzola y rememoriando mi viaje a mi ciudad natal. He terminado por segunda vez Sobre Héroes y Tumbas y me he quedado con una maravillosa melancolía y nostalgia por el lugar. He remoriado las veces que me he sentado en el Parque Lezama. Para la foto no encontramos un banco cerca a la estatua. Por lo tanto convencí a Jorge Wenceslao a que se arrodillara sobre el pasto. Protestó un poco por el barro pero al final lo hizo.


Sobre Heroes y Tumbas de Ernesto Sabato

I - El Dragón y la Princesa

I

Un sábado de mayo de 1953, dos años de los acontecimientos de Barracas, un muchacho alto y encorvado caminaba por uno de los senderos del parque Lezama.



Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos. “Como un bote a la deriva en un gran lago aparentemente  tranquilo pero agitado por corrientes profundas,” pensó Bruno, cuando después de la muerte de Alejandra, Martín le contó, confusa y fragmentariamente, algunos de los episodios vinculados a aquella relación. Y no sólo lo pensaba sino que comprendía ¡y de qué manera!, ya que aquel Martín de diecisiete años le recordaba a su propio antepasado, al remoto Bruno que a veces vislumbraba a través de un territorio neblinoso de treinta años; territorio enriquecido y devastado por el amor, la desilusión y la muerte. Melacólicamente lo imaginaba en aquel viejo parque, con la luz crepuscular demorándose sobre las modestas estatuas, sobre los pensativos leones de bronce, sobre los senderos cubiertos de hojas blandamente muertas. A esa hora en que comienzan a oírse los pequeños murmullos, en que los grandes  ruidos se van retirando, como se apagan las conversaciones, demasiado fuertes en la habitación de un moribundo; y entonces, el rumor de la fuente, los pasos de un hombre que se aleja, el gorjeo de los pájaros que no terminan de acomodarse en sus nidos, el lejano grito de un niño, comienzan a notarse con extraña gravedad. Un misterioso acontecimiento se produce en esos momentos: anochece. Y todo es diferente: los árboles, los bancos, los jubilados que enciende alguna fogata con hojas secas, la sirena de un barco en la Dársena Sur, el distante eco de la ciudad. Esa hora en que todo entra en una existencia más profunda y enigmática. Y también más temible, para los seres solitarios que a esa hora permanecen callados y pensativos en los bancos de las plazas y parques de Buenos Aires.



Martín levantó un trozo de diario abandonado, un trozo en forma de país: un país inexistente pero posible. Mecánicamente leyó las palabras que se refería a Suez, a comerciantes que iban a la cárcel de Villa Devoto, a algo que dijo Gheorghiu al llegar. Del otro lado, medio manchado por el barro una foto: Perón visita el Teatro Discépolo. Más abajo un ex combatiente mataba a su mujer y a otras cuatro personas a hachazos.


Arrojó el diario: “Casi nunca suceden cosas”, le diría Bruno, años después, “aunque la peste diezme una región de la India”. Volvía a ver la cara pintarrajeada de su madre diciendo “existís porque me descuidé”. Valor, sí señor, valor era lo que le había faltado. Que si no habría terminado en las cloacas.

  
Madrecloaca


- Cuando de pronto – dijo Martín- tuve la sensación de que alguien estaba a mis espaldas, mirándome.

El principio de Sobre Héroes y Tumbas narrado por el autor



La Intrusa - The Intruder - Jorge Luís Borges
Thursday, May 12, 2016




Two weeks ago Nora Patrich, and I went to La Recoleta Cemetery in Buenos Aires. We ran into an aparition in black with violet hair. I took several pictures but this one in particular reminded me of a Borges story I had read so many years ago.

Hace dos semanas Nora Patrich y yo fuimos una tarde al cementerio de La Recoleta. Allí nos encontramos con esta aparición en negro con pelo violáceo. Tomé una cuantas fotos pero ésta me recordó de un cuento de Jorge Luís Borges.

Jorge Luis Borges
(1899–1986)

La intrusa
(El informe de Brodie, 1970)
2 Reyes, i, 26.



Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristián, el mayor, que falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Morón. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había acontecido. La segunda versión, algo más prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. Lo haré con probidad, pero ya preveo que cederé a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor.

En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron ahí; los Nilsen defendían su soledad. En las habitaciones desmanteladas dormían en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hojas corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero. Sé que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los temía a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la policía. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte, lo cual, según los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus deudos nada se sabe y ni de dónde vinieron. Eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes.

Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Malquistarse con uno era contar con dos enemigos.

Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristián llevó a vivir con él a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucía en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados; bastaba que alguien la mirara, para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.

Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un viaje a Arrecifes por no sé qué negocio; a su vuelta llevó a la casa una muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristián. El barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría la rivalidad latente de los hermanos.

Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristián atado al palenque En el patio, el mayor estaba esperándolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y venía con el mate en la mano. Cristián le dijo a Eduardo:

-Yo me voy a una farra en lo de Farías. Ahí la tenés a la Juliana; si la querés, usala.

El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo mirándolo; no sabía qué hacer. Cristián se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue al trote, sin apuro.

Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los pormenores de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que discutían era otra cosa. Cristián solía alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, más allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba.

Una tarde, en la plaza de Lomas, Eduardo se cruzó con Juan Iberra, que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injurió. Nadie, delante de él, iba a hacer burla de Cristián.

La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto.

Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella esperaba un diálogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tenía, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los caminos estaban muy pesados y serían las once de la noche cuando llegaron a Morón. Ahí la vendieron a la patrona del prostíbulo. El trato ya estaba hecho; Cristián cobró la suma y la dividió después con el otro.

En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la mañana (que también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de año el menor dijo que tenía que hacer en la Capital. Cristián se fue a Morón; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristián le dijo:

-De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano.

Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristián; Eduardo espoleó al overo para no verlos.

Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa. Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande -¡quién sabe qué rigores y qué peligros habían compartido!- y prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que habían traído la discordia.

El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volvía del almacén, vio que Cristián uncía los bueyes. Cristián le dijo:

-Vení, tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargué; aprovechemos la fresca.

El comercio del Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el Camino de las Tropas; después, por un desvío. El campo iba agrandándose con la noche.

Orillaron un pajonal; Cristián tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro:

-A trabajar, hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con su pilchas, ya no hará más perjuicios.

Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro círculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.

FIN



2 Kings, I, 26.


They say (which is improbable) that the story was told by Eduardo, the younger of the Nelsons, at the wake of Cristian, the elder, who died a natural death in the 1890s in the administrative area of Morón.  What we can say for certain is that someone heard it from someone else during that long, lost night between matés, and repeated it to Santiago Dabove, from whom I heard it.  Years later I was told the story again in Turdera, where it had taken place.  In short, this second, somewhat tidier version, confirmed Santiago's account – albeit with some small variations and divergences, which is to be expected.  I am writing it now because, if I am not mistaken, it contains the brief and tragic essence of these remote bordermen of yore.  Although I shall write with integrity, I foresee succumbing to the literary temptation of accentuating or adding a detail here and there.

In Turdera they were called the Nilsens.  The parish priest told me that his predecessor remembered, not without some surprise, having espied in their family home a well-worn Bible bound in black with Gothic lettering; handwritten numbers and dates peppered the last pages.  It was the only book in the house – the hazard-ridden saga of the Nilsens, lost as everything would eventually be lost.  The sprawling house, which no longer exists, was of unfinished brick; from the hallway two patios split off, one in red tiles, the other of dirt.  Few, as it were, would enter there; the Nilsens closely guarded their solitude.  In the dismantled rooms they slept on cots.  Their luxuries were their horses, their harnesses, their short-bladed daggers, their lavish Saturday attire, and their trouble-making alcohol.  I know that they were tall with long, reddish hair.  Denmark or Ireland, of which they had never heard, coursed through the veins of these creoles.  The neighborhood feared The Redheads; it was not impossible that they might have had someone's death on their conscience.  One time, standing back to back, they brawled with the police.  It is said that the younger Nilson had an altercation with Juan Iberra and in the end was not the worse off of the two, which, in our understanding, is rather impressive.  They were herders, towers, rustlers, and sometimes cardsharps.  They were renowned as misers; only with drink and gambling did they become generous.  No one knew anything of their relatives or even where they came from.  They were the owners of a cart and a team of oxen.

Physically they differed from the usual breed that had lent its outlaw nickname to the Costa Brava.  This fact and what we don't know can help us understand how united they were.  To get along poorly with one of them was to anticipate having two enemies.

The Nilsens were rakes, but their amorous episodes had hitherto involved the hallway or their baleful house.  There was no lack of commentary, however, when Cristian went to live with Juliana Burgos.  It was true that in this way he was gaining a servant.  But it was no less certain that he plied her with awful knickknacks and showed her off on holidays, on those poor holidays in the slums where both the broken and the regal were banned and where, nevertheless, there was dancing and a lot of light.  Juliana had a dark complexion and almond-shaped eyes; someone only had to glance at her and she would smile.  She was not bad-looking amidst a modest neighborhood in which work and negligence conspired to wear women out.

At the beginning Eduardo accompanied them.  Then he took a trip to Arrecifes for who knows what type of business; upon his return he brought home a girl he had picked up on the way back, and a few days later threw her out.  He became more surly; he got drunk only at the grocery store and didn't socialize with anyone.  He was in love with Cristian's woman.  The neighborhood, who perhaps knew this before he did, foresaw with treacherous happiness the latent rivalry of the brothers.

One night, coming back late from the corner, Eduardo espied Cristian's dark horse tethered to the fence.  His older brother was waiting for him on the patio in his best clothes; the woman was coming and going with maté in her hand.  Cristian said to Eduardo:

"I'm going out partying at the Farías' place.  Here you have Juliana; if you wish, make use of her."

His tone wavered somewhere between commanding and cordial.  Eduardo remained looking at him for a while; not knowing what to do, Cristian got up, bid farewell to Eduardo but not to Juliana, which was something, mounted the horse and, without rushing, set off on a trot.

From that night on they shared her.  It is possible that no one knew the details of this sordid union, which exceeded the decencies of the slums.

The arrangement went well for a few weeks, but it could not endure.  The brothers did not mention Juliana's name to one another, not even to call her, but instead looked for, and found, reasons so as to disagree.  They argued over the sale of some hides, but what they argued over was another matter.  Cristian tended to raise his voice as Eduardo remained silent.  Without knowing it, they were jealous of one another.  In a harsh suburb a man did not say – not even to himself – that a woman could matter to him beyond desire and possession, but both of them were in love.  For them, in a way, this was humiliating.

One evening, on Lomas square, Eduardo crossed paths with Juan Iberra, who congratulated him for having scored himself such an exquisite female.  It was then, I believe, that Eduardo laid into him.  No one could make fun of Cristian in front of his brother. 

The woman would wait for both of them with animal-like submissiveness; but she could not hide her preference for the younger brother, who had not refused to participate yet had also not made her available.
       
One day they ordered Juliana to bring two chairs to the first patio and not linger there because they had to talk.  She anticipated a long conversation and went to take a siesta, but soon thereafter they remembered her.  They made her pack a bag with everything she had, not forgetting the glass rosary and the crucifix that her mother had left her.  Without explaining a thing to her, they placed her in the coach and undertook a silent and tedious journey.  It had rained; the roads were very oppressive and it may have been around five in the morning when they reached Morón.  Here they sold her to the madam of a brothel.  The deal was already done; Cristian collected the amount and later divided it with his brother.

In Turdera, the Nilsens, hitherto lost in the tangle (which was also a routine) of this monstrous love, wished to renew their old life of men among men.  They returned to their riggings, to their cockpit, to their casual binges.  Perhaps at some point they believed themselves saved; but they would incur, each for his own part, unjustified or extremely justified absences.  Just before the end of the year, the younger brother said that he had to go to the capital.  Cristian went to Morón; on the fence of the house we all know he found Eduardo's peach-colored horse.  He entered; inside the other brother was waiting his turn.  I believe Cristian said to him:

"If we keep this up, we are going to tire out the horses.  Better that we keep her with us."

He spoke with the madam, produced some coins from his belt, and they took her away.  Juliana went with Cristian; Eduardo spurred on his peach-colored horse so as not to have to look at them.

They returned to what has already been mentioned.  The infamous solution had failed; both of them had given in to the temptation of cheating.  Cain certainly wandered through these parts, but the affection between the Nilsens was very strong – who knew what rigors and perils they had shared! – and they preferred to vent their exasperation on outsiders.  On a stranger, on the dogs, on Juliana, who had brought them discord.          

The month of March was about to end and the heat was not letting up.  One Sunday (on Sundays people are supposed to come home early) Eduardo, returning from the grocery store, saw that Cristian was yoking the oxen.  Cristian said to him:

"Come, we have to leave a few hides at the Pardo's place.  I've already loaded them; let's take advantage of the fresh air."

The Pardo's business was, I believe, more to the south; they took the Camino de las tropas, the cattle route, then a detour.  The field was growing bigger with the night.  

They came upon a scrub-land; Cristian took out the cigarette he had lit and said, without the slightest haste:

"To work, brother.  The caracaras will help us afterwards.  Today I killed her.  May she remain here with her clothes and do no more damage."
       
They embraced, almost crying.  Now yet another shackle bound them together: the sad sacrifice of the woman and the obligation to forget her.     

The End
 



     

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7/13/08 - 7/20/08

7/20/08 - 7/27/08

7/27/08 - 8/3/08

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10/9/16 - 10/16/16

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10/23/16 - 10/30/16

10/30/16 - 11/6/16

11/6/16 - 11/13/16

11/13/16 - 11/20/16

11/20/16 - 11/27/16

11/27/16 - 12/4/16

12/4/16 - 12/11/16

12/11/16 - 12/18/16

12/18/16 - 12/25/16

12/25/16 - 1/1/17

1/1/17 - 1/8/17

1/8/17 - 1/15/17

1/15/17 - 1/22/17

1/22/17 - 1/29/17

1/29/17 - 2/5/17

2/5/17 - 2/12/17

2/12/17 - 2/19/17

2/19/17 - 2/26/17

2/26/17 - 3/5/17

3/5/17 - 3/12/17

3/12/17 - 3/19/17

3/19/17 - 3/26/17

3/26/17 - 4/2/17

4/2/17 - 4/9/17

4/9/17 - 4/16/17

4/16/17 - 4/23/17

4/23/17 - 4/30/17

4/30/17 - 5/7/17

5/7/17 - 5/14/17

5/14/17 - 5/21/17

5/21/17 - 5/28/17

5/28/17 - 6/4/17

6/4/17 - 6/11/17

6/11/17 - 6/18/17

6/18/17 - 6/25/17

6/25/17 - 7/2/17

7/2/17 - 7/9/17

7/9/17 - 7/16/17

7/16/17 - 7/23/17

7/23/17 - 7/30/17

7/30/17 - 8/6/17

8/6/17 - 8/13/17

8/13/17 - 8/20/17

8/20/17 - 8/27/17

8/27/17 - 9/3/17

9/3/17 - 9/10/17

9/10/17 - 9/17/17

9/17/17 - 9/24/17

9/24/17 - 10/1/17

10/1/17 - 10/8/17

10/8/17 - 10/15/17

10/15/17 - 10/22/17

10/22/17 - 10/29/17

10/29/17 - 11/5/17

11/5/17 - 11/12/17

11/12/17 - 11/19/17

11/19/17 - 11/26/17

11/26/17 - 12/3/17

12/3/17 - 12/10/17

12/10/17 - 12/17/17

12/17/17 - 12/24/17

12/24/17 - 12/31/17

12/31/17 - 1/7/18

1/7/18 - 1/14/18

1/14/18 - 1/21/18

1/21/18 - 1/28/18

1/28/18 - 2/4/18

2/4/18 - 2/11/18

2/11/18 - 2/18/18

2/18/18 - 2/25/18

2/25/18 - 3/4/18

3/4/18 - 3/11/18

3/11/18 - 3/18/18

3/18/18 - 3/25/18

3/25/18 - 4/1/18

4/1/18 - 4/8/18

4/8/18 - 4/15/18

4/15/18 - 4/22/18

4/22/18 - 4/29/18

4/29/18 - 5/6/18

5/6/18 - 5/13/18

5/13/18 - 5/20/18

5/20/18 - 5/27/18

5/27/18 - 6/3/18

6/3/18 - 6/10/18

6/10/18 - 6/17/18

6/17/18 - 6/24/18

6/24/18 - 7/1/18

7/1/18 - 7/8/18

7/8/18 - 7/15/18

7/15/18 - 7/22/18

7/22/18 - 7/29/18

7/29/18 - 8/5/18

8/5/18 - 8/12/18

8/12/18 - 8/19/18

8/19/18 - 8/26/18

8/26/18 - 9/2/18

9/2/18 - 9/9/18

9/9/18 - 9/16/18

9/16/18 - 9/23/18

9/23/18 - 9/30/18

9/30/18 - 10/7/18

10/7/18 - 10/14/18

10/14/18 - 10/21/18

10/21/18 - 10/28/18

10/28/18 - 11/4/18

11/4/18 - 11/11/18

11/11/18 - 11/18/18

11/18/18 - 11/25/18

11/25/18 - 12/2/18

12/2/18 - 12/9/18

12/9/18 - 12/16/18

12/16/18 - 12/23/18

12/23/18 - 12/30/18

12/30/18 - 1/6/19

1/6/19 - 1/13/19

1/13/19 - 1/20/19

1/20/19 - 1/27/19

1/27/19 - 2/3/19

2/3/19 - 2/10/19

2/10/19 - 2/17/19

2/17/19 - 2/24/19

3/3/19 - 3/10/19

3/10/19 - 3/17/19

3/17/19 - 3/24/19

3/24/19 - 3/31/19

3/31/19 - 4/7/19

4/7/19 - 4/14/19

4/14/19 - 4/21/19

4/21/19 - 4/28/19

4/28/19 - 5/5/19

5/5/19 - 5/12/19

5/12/19 - 5/19/19

5/19/19 - 5/26/19

5/26/19 - 6/2/19

6/2/19 - 6/9/19

6/9/19 - 6/16/19

6/16/19 - 6/23/19

6/23/19 - 6/30/19

6/30/19 - 7/7/19

7/7/19 - 7/14/19

7/14/19 - 7/21/19

7/21/19 - 7/28/19

7/28/19 - 8/4/19

8/4/19 - 8/11/19

8/11/19 - 8/18/19

8/18/19 - 8/25/19

8/25/19 - 9/1/19

9/1/19 - 9/8/19

9/8/19 - 9/15/19

9/15/19 - 9/22/19

9/22/19 - 9/29/19

9/29/19 - 10/6/19

10/6/19 - 10/13/19

10/13/19 - 10/20/19

10/20/19 - 10/27/19

10/27/19 - 11/3/19

11/3/19 - 11/10/19

11/10/19 - 11/17/19

11/17/19 - 11/24/19

11/24/19 - 12/1/19

12/1/19 - 12/8/19

12/8/19 - 12/15/19

12/15/19 - 12/22/19

12/22/19 - 12/29/19

12/29/19 - 1/5/20

1/5/20 - 1/12/20

1/12/20 - 1/19/20

1/19/20 - 1/26/20

1/26/20 - 2/2/20

2/2/20 - 2/9/20

2/9/20 - 2/16/20

2/16/20 - 2/23/20

2/23/20 - 3/1/20

3/1/20 - 3/8/20

3/8/20 - 3/15/20

3/15/20 - 3/22/20

3/22/20 - 3/29/20

3/29/20 - 4/5/20

4/5/20 - 4/12/20

4/12/20 - 4/19/20

4/19/20 - 4/26/20

4/26/20 - 5/3/20

5/3/20 - 5/10/20

5/10/20 - 5/17/20

5/17/20 - 5/24/20

5/24/20 - 5/31/20

5/31/20 - 6/7/20

6/7/20 - 6/14/20

6/14/20 - 6/21/20

6/21/20 - 6/28/20

6/28/20 - 7/5/20

7/12/20 - 7/19/20

7/19/20 - 7/26/20

7/26/20 - 8/2/20

8/2/20 - 8/9/20

8/9/20 - 8/16/20

8/16/20 - 8/23/20

8/23/20 - 8/30/20

8/30/20 - 9/6/20

9/6/20 - 9/13/20

9/13/20 - 9/20/20

9/20/20 - 9/27/20

9/27/20 - 10/4/20

10/4/20 - 10/11/20

10/11/20 - 10/18/20

10/18/20 - 10/25/20

10/25/20 - 11/1/20

11/1/20 - 11/8/20

11/8/20 - 11/15/20

11/15/20 - 11/22/20

11/22/20 - 11/29/20

11/29/20 - 12/6/20

12/6/20 - 12/13/20

12/13/20 - 12/20/20

12/20/20 - 12/27/20

12/27/20 - 1/3/21

1/3/21 - 1/10/21

1/17/21 - 1/24/21

1/24/21 - 1/31/21

2/7/21 - 2/14/21

2/14/21 - 2/21/21

2/21/21 - 2/28/21

2/28/21 - 3/7/21

3/7/21 - 3/14/21

3/14/21 - 3/21/21

3/21/21 - 3/28/21

3/28/21 - 4/4/21

4/4/21 - 4/11/21

4/11/21 - 4/18/21

4/18/21 - 4/25/21

4/25/21 - 5/2/21

5/2/21 - 5/9/21

5/9/21 - 5/16/21

5/16/21 - 5/23/21

5/30/21 - 6/6/21

6/6/21 - 6/13/21

6/13/21 - 6/20/21

6/20/21 - 6/27/21

6/27/21 - 7/4/21

7/4/21 - 7/11/21

7/11/21 - 7/18/21

7/18/21 - 7/25/21

7/25/21 - 8/1/21

8/1/21 - 8/8/21

8/8/21 - 8/15/21

8/15/21 - 8/22/21

8/22/21 - 8/29/21

8/29/21 - 9/5/21

9/5/21 - 9/12/21

9/12/21 - 9/19/21

9/19/21 - 9/26/21

9/26/21 - 10/3/21

10/3/21 - 10/10/21

10/10/21 - 10/17/21

10/17/21 - 10/24/21

10/24/21 - 10/31/21

10/31/21 - 11/7/21

11/7/21 - 11/14/21

11/14/21 - 11/21/21

11/21/21 - 11/28/21

11/28/21 - 12/5/21

12/5/21 - 12/12/21

12/12/21 - 12/19/21

12/19/21 - 12/26/21

12/26/21 - 1/2/22

1/2/22 - 1/9/22

1/9/22 - 1/16/22

1/16/22 - 1/23/22

1/23/22 - 1/30/22

1/30/22 - 2/6/22

2/6/22 - 2/13/22

2/13/22 - 2/20/22

2/20/22 - 2/27/22

2/27/22 - 3/6/22

3/6/22 - 3/13/22

3/13/22 - 3/20/22

3/20/22 - 3/27/22

3/27/22 - 4/3/22

4/3/22 - 4/10/22

4/10/22 - 4/17/22

4/17/22 - 4/24/22

4/24/22 - 5/1/22

5/1/22 - 5/8/22

5/8/22 - 5/15/22

5/15/22 - 5/22/22

5/22/22 - 5/29/22

5/29/22 - 6/5/22

6/26/22 - 7/3/22

7/3/22 - 7/10/22

7/10/22 - 7/17/22

7/17/22 - 7/24/22

7/24/22 - 7/31/22

7/31/22 - 8/7/22

8/7/22 - 8/14/22

8/14/22 - 8/21/22

8/21/22 - 8/28/22

8/28/22 - 9/4/22

9/4/22 - 9/11/22

9/11/22 - 9/18/22

9/18/22 - 9/25/22

9/25/22 - 10/2/22

10/2/22 - 10/9/22

10/9/22 - 10/16/22

10/16/22 - 10/23/22

10/23/22 - 10/30/22

10/30/22 - 11/6/22

11/6/22 - 11/13/22

11/13/22 - 11/20/22

11/20/22 - 11/27/22

11/27/22 - 12/4/22

12/4/22 - 12/11/22

12/18/22 - 12/25/22

12/25/22 - 1/1/23

1/1/23 - 1/8/23

1/15/23 - 1/22/23

1/22/23 - 1/29/23

1/29/23 - 2/5/23

2/5/23 - 2/12/23

2/12/23 - 2/19/23

2/19/23 - 2/26/23

2/26/23 - 3/5/23

3/5/23 - 3/12/23

3/12/23 - 3/19/23

3/19/23 - 3/26/23

3/26/23 - 4/2/23

4/2/23 - 4/9/23

4/9/23 - 4/16/23

4/16/23 - 4/23/23

4/23/23 - 4/30/23

4/30/23 - 5/7/23

5/7/23 - 5/14/23

5/14/23 - 5/21/23

5/21/23 - 5/28/23

5/28/23 - 6/4/23

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6/11/23 - 6/18/23

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7/16/23 - 7/23/23

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10/22/23 - 10/29/23

10/29/23 - 11/5/23

11/5/23 - 11/12/23

11/12/23 - 11/19/23

11/19/23 - 11/26/23

11/26/23 - 12/3/23

12/3/23 - 12/10/23

12/10/23 - 12/17/23

12/17/23 - 12/24/23

12/24/23 - 12/31/23

12/31/23 - 1/7/24

1/7/24 - 1/14/24

1/14/24 - 1/21/24

1/21/24 - 1/28/24

1/28/24 - 2/4/24

2/4/24 - 2/11/24

2/11/24 - 2/18/24

2/18/24 - 2/25/24

2/25/24 - 3/3/24

3/3/24 - 3/10/24

3/10/24 - 3/17/24

3/17/24 - 3/24/24

3/24/24 - 3/31/24

3/31/24 - 4/7/24

4/7/24 - 4/14/24

4/14/24 - 4/21/24

4/21/24 - 4/28/24

4/28/24 - 5/5/24

5/5/24 - 5/12/24

5/12/24 - 5/19/24

5/19/24 - 5/26/24

5/26/24 - 6/2/24

6/2/24 - 6/9/24

6/9/24 - 6/16/24

6/16/24 - 6/23/24

6/23/24 - 6/30/24

6/30/24 - 7/7/24

7/7/24 - 7/14/24

7/14/24 - 7/21/24

7/21/24 - 7/28/24

7/28/24 - 8/4/24

8/4/24 - 8/11/24

8/11/24 - 8/18/24

8/18/24 - 8/25/24

8/25/24 - 9/1/24

9/1/24 - 9/8/24

9/15/24 - 9/22/24

9/22/24 - 9/29/24

9/29/24 - 10/6/24

10/6/24 - 10/13/24