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Tuesday, March 03, 2020

Los Sillones de Mi Vida y el de Jacinto


 
Buenos Aires con mi abuela Lolita de Irureta Goyena


Parece que en mi vida de 77 años un sillón siempre ha estado a mi lado (o yo sentado en él). El primero del cual me acuerdo estaba en mi casa en Coghlan en Buenos Aires y posé con mi abuelita el día de mi primera comunión.


El sillón de mi mamá - Alejandra y Hilary Waterhouse-Hayward

Un segundo era un sillón alto que mi mamá usaba en Veracruz para enseñar. Sufría terribles mareos por su Vértigo Meniere. Años después, por sucio lo retapizamos en plástico verde y hace unos pocos años desapareció de la casa  y de mi memoria.



 
Santa Claus (la madrina de Ale, Rosavelia, Rosemary y Alejandra en Arboledas, Estado de México


Mi mamá, Filomena de Irureta Goyena, Alejandra, Rosemary y Hilary. El idiota parado soy yo.
 
Un tercer sillón lo construí en mi tallercito and Arboledas, estado de Mexico. Llegó hasta Vancouver pero poco después mi Rosemary me dijo que necesitábamos uno nuevo. Lo tiré pero lloré.


En Vancouver en mi estudio en el centro, en la esquina de Robson y Granville tenía un sillón psiquiátrico que usaba para posar a muchas mujeres en paños menores. Al cerrar mi estudio pude traerlo an nuestra casa en Kerrisdale y de allí a donde vivimos ahora en Kitsilano. Ántes de la movida lo mandé a retapizar en una tela divina de color bermejo. Ahora está en nuestra pieza con el piano.



Linda Lorenzo en el sillón bermejo
 El último sillón no es mío. Es de mi amiga, la notable artista argentina Nora Patrich. Cuando vivía en Vancouver usamos el sillón para posar a mucha gente (con ropa y sin). Nora se mudó a Buenos Aires y se lo llevó. En varias visitas mías a su casa lo usé para posar una que otra mujer. La última foto, la que uso para acompañar el Sillón de Jacinto de Julio Cortázar es ese sillón de Nora cuando estaba en Vancouver. La modelo es una hermosa mujer llamada Pam.


Yuki - Bella Vista,  Provincia de Buenos Aires

Pam en el sillón de Nora Patrich en Vancouver



El Sillón de Jacinto
Historias de Cronopios y de Famas – Julio Cortázar

En casa del Jacinto hay un sillón para morirse.
Cuando la gente se pone vieja, un día la invitan a sentarse en el sillón, que es un sillón como todos pero con una estrellita plateada en el centro del respaldo. La persona invitada suspira, mueve un poco las manos como si quisiera alejar la invitación y después va a sentarse en el sillón y se muere.
Los chicos, siempre traviesos, se divierten en engañar a las visitas en ausencia de la madre, y las invitan a sentarse en el sillón. Como las visitas están enteradas, pero saben que de eso no se debe hablar, miran a los chicos con gran confusión y se excusan con palabras que nunca se emplean cuando se habla con los chicos, cosa que a éstos los regocija extraordinariamente. Al final las visitas se valen de cualquier pretexto para no sentarse, pero más tarde la madre se da cuenta de lo sucedido y a la hora de acostarse hay palizas terribles. No por eso escarmientan, de cuando en cuando consiguen engañar a alguna visita cándida y la hacen sentarse en el sillón. En esos casos los padres disimulan, pues temen que los vecinos lleguen a enterarse de las propiedades del sillón y vengan a pedirlo prestado para hacer sentar a una u otra persona de su familia o amistad. Entre tanto los chicos van creciendo y llega un día en que sin saber por qué dejan de interesarse por el sillón y las visitas. Más bien evitan entrar en la sala, hacen un rodeo por el patio, y los padres, que ya están muy viejos, cierran con llave la puerta de la sala y miran atentamente a sus hijos como queriendo leer-su-pensamiento. Los hijos desvían la mirada y dicen que ya es hora de comer o de acostarse. Por las mañanas el padre se levanta el primero y va siempre a mirar si la puerta de la sala sigue cerrada con llave, o si alguno de los hijos no ha abierto la puerta para que se vea el sillón desde el comedor, porque la estrellita de plata brilla hasta en la oscuridad y se la ve perfectamente desde cualquier parte del comedor.

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