Allá en el
61 al egresar de una escuela católica de internos en Austin, Texas, un
compañero de clase, Henry Harper se apiadó de mí ya que en la fiesta, yo siendo
de Nueva Rosita, Coahuila donde vivía mi mamá estaba solo. No tenía ni amigas
ni novias.
Él me invito a una noche a acompañarle en su auto. Su novia estaba en el
asiento de adelante y otra muchacha en el asiento de atrás. Fue mi primera experiencia
en conocer ese deleite que nosotros los argentinos llamamos flanelear.
Desde ese día el auto es un objecto de magia y de memoria.
Varias
veces (3)
he elaborado unas bitácoras relacionadas a la idea del auto como tema
erótico.