En el tul blanco, inmaterial, sedeño |
Una de
las macanas de haber vivido en la Argentina, México, Texas y al final Vancouver
es mi conocimiento de la literatura. Se aprende mucho en la escuela pero si las
escuelas han sido desparramadas en variadas localidades hay vacíos notables.
Ese es el caso mío. Por un lado como no solo leo en castellano pero en inglés
he leído P.D. James, Jerome Charyn (diría que es un desconocido en Buenos Aires),
Faulkner, Joyce Carol Oates y muchos más.
En Buenos Aires en nuestra última visita en
septiembre no vi muchos de estos escritores en las librerías. Pero, los de mi ahora ciudad de Vancouver, pocos
conocen de Julio Cortázar (y no toda su obra ha sido traducida al inglés, lo
mismo con el autor uruguayo Mario Benedetti). Pocos en Vancouver saben de las
delicias de leer las novelas del Capitán Alatriste de Reverte o las poesías y
novelas de mi escritor favorito mexicano Homero Aridjis. En fin me siento
afortunado de leer en los dos idiomas.
Este no
fue el caso en los principios de los 90. Ya no leía en castellano. Cuando una
revista canadiense, Books in Canada, me mandó a Lima para entrevistarme y
fotografiar a Mario Vargas Llosa emprendí en leer toda su obra en castellano.
Sufrí con Conversación en la catedral ("¿en qué momento se jodió el Perú?") pero ya al llegar a La guerra del fin del
mundo y La historia de Mayta pude leerlos con confianza. Lo mismo sucedió con
los libros de Saramago ya que leí traducciones del portugués al castellano en
vez de al inglés.
Pero tengo que confesar que nunca supe da la poeta Alfonsina Storni. Me encanta su poesía que para mí ahora comparto con mi amor a las poesías de Emily Dickinson. A continuación blogs previos con poesías de Storni y su poesía Las tres etapas ilustrada por foto que tomé de Carolina Peralta en Buenos Aires el mes pasado.
Quiero dormir
La doctora argentina
Inquietud
La caricia perdida
Frente al mar
La inquietud del rosal
Tu me quieres blanca
Alfonsina Storni - Café Tortoni |
En la
dorada tarde rumorosa
Que
languidece en placidez de estío.
Estoy
mirando este camino rosa
Como en
el dulce verso de Darío.
Y así
como en el verso del poeta,
Allá,
donde el camino rosa arranca,
Veo
avanzar una columna blanca
Envuelta
en un vapor azul-violeta.
Parece
solamente alguna nube
Bordada
en fino polvo de zafiros,
Inmaterial
columna de suspiros
Que de
la tierra a las estrellas sube.
La dulce
forma humana se deslíe
En el
tul blanco, inmaterial, sedeño,
Y tan
lejana y pura me sonríe
Que
digo: esto es el sueño.
Al poco
rato la columna pasa
Tan
cerca que, sin ilusión alguna,
Puedo
mirar las formas una a una
Bajo la
trampa débil de la gasa.
La nube
se ha disuelto; ante mis ojos
Se
rinden ya las formas imperfectas:
Blancos
creí los pies, pero son rojos.
Gráciles
formas vi, pero son rectas.
El tul
se ha vuelto tosca muselina,
Las
guirnaldas perdieron su frescura,
Así tan
cerca en una forma dura
Aquella
forma que creí divina.
Alma:
¿dónde está el oro aquel que viste?
Todo ha
cambiado cuando estuvo enfrente;
Mis ojos
tocan realidad tan triste
Mas, ya
de nuevo, bajo el huso de oro
Del sol,
que hilando está la luz del día,
Al
alejarse, lentas, por la vía,
Las
formas cobran su anterior decoro.
Es la
misma ilusión: es ese mismo
Perderse
de los cuerpos tras los tules
Y
vuelven a brillar piedras azules,
Y el oro
vuelve a darme su espejismo.
Y cuando
aquel sendero se termina
Allá muy
lejos, la columna blanca
Se ha
convertido en esa nube fina
Que a
poco vi donde el camino arranca.
Me
embriagó de dulzor una abeja,
De nuevo
en la visión blanca me pierdo,
Y tan
inmaterial allá se aleja
Que
digo: es el recuerdo.