A veces en Canadá,
este país frío de clima y de gente, me siento aislado (casi enajenado) de mi
familia argentina. Ellos saben algo del calor de la amistad aunque sea de
sangre.
Nuestra
hijas nos sermonean. A veces es un poco demasiado. Con mis nietas les digo, de
vez en cuando, “Deben tratarnos con un poco más de respeto porque somos viejos
y somos sus abuelos.” Invariablemente me contestan, “Hay que merecer el
respeto.” Con eso no puedo decirles más.
Hace unos
días me llegó una comunicación del hijo de mi sobrino favorito, Georgito O’Reilly.
Se llama Jorge O’Reilly. Tiene una espléndida familia de cinco hijas y un hijo.
Le había
advertido de que como son muy católicos, el trabajo de Nora Patrich y mío, que
abre el 20 de septiembre en la Galería Vermeer, podría ofender sus
sensibilidades.
Lo que me
contestó refuerza la razón por la cual me gusta visitar mi ciudad de Buenos
Aires y convivir, aunque se una semana y pico, con mi familia
argentina/irlandesa.
Alex
querido, vos y papá han llegado a una edad que son absolutamente ininputables.
De modo que no te preocupes. Has pasado a la categoría tío excéntrico y todo lo
que hagas será disculpado. La mayoría de mis hijos -y decididamente mi mujer-
pueden disculpar cosas que hechas por cualquiera de nosotros serían
ofensivas. Entienden que el mundo es
grande y que no todos han tenido una educación en lo “bueno, bello y
verdadero”.
Decime qué
es lo que querés hacer (misa incluida) y yo lo armo. Obviamente estaremos
encantados de recibirlos en casa cuantas veces quieran.
J. O'R