De niño mi imaginación se revolcaba al punto que vivía una realidad. Tenía 8 años. Admiraba al corredor de autos Juan Manuel Fangio.
En el
galpón del jardín trasero de nuestra casa en Coghlan, un suburbio de Buenos
Aires, había un enorme cajón de madera. En él ponía unos 6 ladrillos. Cada par
representaba el pedal del embrague, del freno y de la nafta. Un palo de escoba
y una rueda de mi viejo triciclo era el volante. Me sentaba en una cajita. En
ese momento estaba manejando un Alfa Romeo y yo era Juan Manuel Fangio.