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Wednesday, July 04, 2018

Un Azul Para Marte - José Saramago

Andrea en azul

Me encanta poder encontrar algo escrito para acompañar mis fotos. Me gustan las poesias de Jorge Luís Borges, Julio Cortázar, Emily Dickinson y Homero Aridjis. Aunque algo sé de escribir no tengo el talento necesario para idear algo  que al menos seacomparable con mi foto. He agotado el azul con los poetas ya mencionados. Hoy encontré, en un rincón inesperado, un cuentito de ciencia ficción de José Saramago sobre la falta del azul y otros colores en Marte.


Un Azul para Marte
José Saramago

Anoche hice un viaje a Marte. Pasé allí diez años (
si la noche dura en los polos seis meses,
no    por  qué  no  han  de  caber  diez  años  en  una  noch
e  marciana)  y  tomé  muchas  notas
sobre  la  vida  que  allí  llevan.  Me  comprometí  a  no  d
ivulgar  los  secretos  de  los  marcianos,
pero voy a faltar a mi palabra. Soy hombre y deseo
contribuir, en la medida de mis escasas
fuerzas, al progreso de la humanidad a la que enorg
ullece pertenecer. Este punto es muy,
muy  importante.  Y  espero,  si  algún  día  los  marciano
s  me  vienen  a  pedir  cuentas  de  mis
actos, es decir, del perjuicio cometido, que los no
 sé cuantos billones de hombres y mujeres
que hay en la tierra se apresten, todos, a mi defen
sa. En Marte, por ejemplo, cada marciano
es  responsable  de  todos  los  marcianos.  No  estoy  seg
uro  de  haber  entendido  bien  qué
quiere  decir  esto,  pero  mientras  estuve  allí  (y  fue
ron  diez  años,  repito),  nunca  vi  que  un
marciano  se  encogiera  de  hombros.  (He  de  aclarar  qu
e  los  marcianos  no  tiene  hombros,
pero  seguro  que  el  lector  me  entiende.)  Otra  cosa  q
ue  me  gustó  en  Marte  es  que  no  hay
guerras.  Nunca  las  hubo.  No    como  se  las  arreglan
  y  tampoco  ellos  supieron
explicármelo;  quizá  porque  yo  no  fui  capaz  de  aclar
arles  qué  es  una  guerra,  según  los
patrones de la tierra. Hasta cuando les mostré dos
animales salvajes luchando (también los
hay  en  Marte),  con  grandes  rugidos  y  dentelladas  si
guieron  sin  entenderlo.  A  todas  mis
tentativas  de  explicación  por  analogía,  respondían
que  los  animales  son  animales  y  los
marcianos  son  marcianos.  Y  desistí.  Fue  la  única  ve
z  que  casi  dudé  de  la  inteligencia  de
aquella gente. Con todo, lo que más me desorientó e
n Marte fue el no saber qué era campo
y qué era ciudad. Para un terrestre eso es una expe
riencia muy desagradable, os lo aseguro.
Acaba uno por habituarse, pero se tarda. Al fin, ya
 no me causaba extrañeza alguna ver un
gran  hospital  o  un  gran  museo  o  una  gran  universida
d  (los  marcianos  tienen  esto,  como
nosotros)  en  lugares  para    inesperados.  Al  princi
pio,  cuando  yo  pedía  explicaciones,  la
respuesta  era  siempre  la  misma:  el  hospital,  la  uni
versidad,  el  museo  estaban  allí  porque
eran precisos. Tantas veces me dieron esta respuest
a que pensé que mejor sería aceptar con
naturalidad, por ejemplo, la existencia de una escu
ela, con diez profesores marcianos, en un
sitio donde solo había un niño, también marciano, c
laro. No pude callar, desde luego, que
me  parecía  un  desperdicio  que  hubiera  diez  profesor
es  para  un  alumno,  pero  ni  así  los
convencí. Me respondieron que cada profesor enseñab
a una asignatura diferente, y que la
cosa  era  lógica.  En  Marte  les  impresionó  saber  que
en  la  tierra  hay  siete  colores
fundamentales  de  los  que  se  pueden  sacar  millones  d
e  tonos.  Allí  sólo  hay  dos:  blanco  y
negro (con todas las gradaciones intermedias), y el
los sospecharon siempre que habría más.
Me  aseguraron  que  era  lo  único  que les faltaba para
 ser completamente felices. Y aunque
me  hicieron  jurar  que  no  hablaría  de  lo  que  por  all
á  vi,  estoy  seguro  de  que  cambiarían
todos los secretos de Marte por el proceso de obten
er un azul. Cuando salí de Marte, nadie
vino a acompañarme a la puerta. Creo que, en el fon
do, no nos hacen caso. Ven de lejos
nuestro  planeta,  pero  están  muy  ocupados  con  sus  pr
opios  asuntos.  Me  dijeron  que  no
pensarán en viajes espaciales hasta que no conozcan
 todos los colores. Es extraño ¿no? Por
mi  parte,  ahora  tengo  dudas.  Podría  llevarles  un  pe
dazo  de  azul  (un  jirón  de  cielo  o  un
pedazo de mar), pero ¿y después? Seguro que se nos
vienen aquí, y tengo la impresión de
que esto no les va a gustar.